Capítulo 77

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"Cuando el destino llama, los elegidos no tienen opción".

"Cuando el destino llama, los elegidos no tienen opción"

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Recuerdos.

Las gotas de lluvia contra el cristal difuminan las lagunas de su mente, igual que la madera cuando se resquebraja por el fuego de la fogata. Observarlo es un rito que calma el frío; un suave palpitar que consuela el duro hielo que se forma entre las hileras del corazón. Yazir solía observarlo cada noche durante su viaje.

Aquella noche era lluvia de ceniza. Aquella vez, a su corta edad, se sorprendió cuando descubrió lo que ahora puede definir como una descarga de pirofrío, cuando reconoció el coche de sus padres aparcado en las afueras de casa. Si piel escocia el calor de llamas que envolvieron su casa, al mismo tiempo que la siente de metal cuando lo alejan. Cuando nos quemamos, al dolor le sigue el frío. Y las lágrimas. Lágrimas que escuchó decir una vez, ayudan a sanar las heridas "internas", o eso había dicho su madre.

Aún hoy, siguen ardiendo.

Solo podía preguntarse, ¿por qué? ¿Por qué a él de entre todas las personas de Pueblo Paleta? ¿Por qué quedó sin hogar?

Los vecinos impidieron su paso. La policía y la Oficial Jenny dispersaron a la multitud que se había aglomerado en los alrededores para dar paso al escuadrón de bomberos Squirtle, que luchaban contra las llamas. Aún con los ojos fuertemente cerrados, el rojo carmesí persistía en atravesar sus párpados. La lluvia lo ayudó a recordar el rostro de la dueña del restaurante que solían frecuentar los domingos. El Pallet House. Ella también estuvo con él esa noche, una de las pocas que vio llorar la muerte de sus padres, hundiéndolo entre sus brazos.

No volvió a sentirse así hasta encontrarse con Grace.

Aquella mujer de rostro amable, cabello castaño, joven y tan bonita como su madre. Era amiga de sus padres, o al menos, en su mente joven era la única explicación lógica para regalarle postre cada vez que iban. Su curiosidad le hizo saber —o cuchichear sus habladurías con su madre—, que también tenía un hijo, unos años menor.

Entre sus brazos, advierte dos figuras alejarse entre el follaje del bosque. Cuando por fin tuvo el valor de regresar a Kanto años después, supo que la Oficial Jenny tampoco pudo identificarlos, pero un testigo cercano declaró haberlos escuchado decir:

—Ya está hecho... —dijo uno de ellos—... claro que sí. Siempre hacemos un trabajo limpio.

Liliana supo que los comandantes Atila y Jun fueron los responsables. Giovanni lo confesó una ocasión, cuando aseguraba que la mejor forma de desaparecer pruebas, era a través de las llamas.

—¡Ellos están saliendo en este momento hacia...!

—¿Hola? —habló por fin Yazir. La señal de repente se había cortado—. ¿Liliana? ¡Oye Liliana!

—¿Reconoces mi voz?

Su estómago se retorció y sintió un fuerte golpe en la cavidad torácica, aferrado a su holomisor como si pudiera estrangular a quien estuviera del otro lado de la línea. La voz de Giovanni resonó con suntuosa gravedad, pero tranquila y serena.

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