Cruella

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¿Había estado llorando?

Paralizada abrí por completo la puerta, aún sin estructurar palabra extendí mis brazos en su dirección para darle un abrazo que no se negó en ningún momento a corresponder.

—Yo... —intentó hablar siendo interrumpida por si misma.

—Ven —le pedí guiándola a la sala, en dónde tomó asiento.

—No pensé que fueras a salir —estructuró limpiando algunas lágrimas que resbalaban por su mejilla.

Negué recordando a Roi, que me esperaba afuera. Tomé el celular y por mensaje le di la orden de que se fuera, ya no era necesario.

Aventé el teléfono a sofá y ocupé el lugar a un costado de ella.

—¿Qué pasó? —me decidí a preguntar después de algunos minutos.

—No fue un buen día —respondió dejando salir una bocanada de aire.

—¿Qué sucedió? —indagué levantándome por un par de Kleenex que le tendí.

—Es complicado —asentí volviendo al área de la cocina. Nunca había sido buena para dar consejos a las personas y menos con respuestas tan cortas de su parte.

Serví un poco más de agua en el vaso que usé antes de prepararme para salir y yendo con el regresé a la sala.

—¿A ti cómo te fue? —irrumpió en el silencio incomodo que se había generado.

—Estuve aquí todo el día, dormí y después me levanté para comer, ¿Tú comiste? —negó ante mi pregunta sosteniendo su celular con una de sus manos.

—¿Tienes hambre? Podemos pedir algo —propuse tomando mi móvil.

—No, no es necesario —la miré ahora con confusión, —No tengo hambre.

Asentí aún con duda, volviendo a dejar de lado el teléfono.

—¿Quieres agua? —Negó acomodando su cabeza sobre mis piernas, recostando la mitad de su cuerpo sobre el sillón.

Alterada de cierto modo porque no sabía cómo actuar, coloqué el vaso sobre la mesita de centro y con mis manos acaricié su cabello tan suave y ligero. De un momento a otro volví a escuchar como sollozaba.

—Oye —llamé su atención decidida a que me contara qué era lo que sucedía, —¿Te pasó algo o alguien intentó lastimarte? —negó aún sobre mis piernas.

Suspiré animándome a acariciar una de sus mejillas, su piel era tan suave; cerró los ojos y poco a poco trató de calmarse.

—¿Puedo quedarme esta noche? —susurró al incorporarse, para después mirarme a los ojos.

—Sí —no lo dude en ningún momento, su mirada era distinta a las otras ocasiones, la podía ver vulnerable y eso me dolía, si eso tenía sentido.

—Eres tan hermosa —inquirió ahora acercándose más a mí.

Sin pensarlo me apresuré a cerrar el espacio entre sus labios y los míos. Me detuve un momento solo para sentir y disfrutar el movimiento de su boca, su aliento cálido me estaba volviendo adicta a ella y a esa forma en que lograba que me rindiera, que fuera distinta a como era con las demás personas.

Pasados algunos minutos en medio de suaves besos decidí juntarme un poco más a ella, sus manos nadaban sobre mi cintura y mi mis dedos no dejaban de enredarse con su cabello.

Recorrí su mejilla con besos cortos, ni siquiera el sabor saldado de sus lágrimas hacía que parara.

Sus besos cubrieron cada parte de mi rostro, y de mi cuello; ansiosa me levanté haciendo que se parara conmigo, la jalé entre besos a mi cama y ahí terminamos ese duelo que minutos atrás habíamos comenzado.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora