Ninfómana

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Abriendo los ojos de momento visualice la pantalla que tenía frente a mí y la que se compartía en el asiento de a un lado. Miré también el interior del avión en que viajábamos, Daniela estaba a un costado observando una película con los auriculares en sus oídos.

Me volteó a ver con una sonrisa extendiendo su mano en mi dirección, misma que recargaba en el espacio que existía entre ambos asientos.

—¿Y Abi? —pregunté al despertar en su totalidad, anclando mis dedos a los suyos.

—En Mérida —respondió un tanto sorprendida por mi pregunta, —¿Por qué?

—Venía con nosotras, la estabas esperando —describí lo mismo que había visto antes de encontrarnos en el avión. La observé quitarse los audífonos para prestarme más atención.

—Solo tú y yo estamos viajando, ella se quedó —aclaró obligándome a mirar en los sillones cercanos.

—Pensé que venía —suspiré reacomodándome, cerrando los ojos para aclarar lo que sucedió antes de quedarme dormida en ese avión.

Después de subir al auto, Daniela había conducido hasta la agencia de préstamo de coches dentro del aeropuerto. Con ayuda de uno de los oficiales del establecimiento consiguió una silla de ruedas para transportarme con mayor facilidad; por suerte ya había tomado una de la pastillas recetadas, después de comprarlas en el camino a nuestro destino.

Y luego, después de llegar a Cancún el transbordo a la aerolínea que nos llevaría a Los Ángeles fue de la misma forma, hasta que subiendo al avión logré quedarme dormida.

—Hablé con ella antes de que Laura insistiera en verte —pronunció mi acompañante quitando la película que miraba para observar en mapa que mostraba la ubicación por la que volábamos.

Sus palabras me obligaron a verla, esperando que continuara.

—Le pedí que se alejara de mi, no quiero que nada te haga sentir insegura —volteó su cuerpo para dar la espalda al pasillo, ahora ella me veía expectante.

—¿Lo tomó bien? —su cabeza se fue de un lado a otro.

—Me dijo un par de cosas, pero al final estuvo de acuerdo.

—Bueno —di mi aprobación buscando ahora su mano, —Gracias por hacerlo —negó en medio de una sonrisa ofreciéndome uno de los audífonos que ella ocupaba para que viera la película a su lado, a un faltaba un poco más de duna hora para aterrizar.

-

El ajetreo que causaba recorrer el aeropuerto sin pisar el suelo con uno de mis pies sin duda me ponía de malas, al menos ya estábamos en Los Ángeles y no me tendría que mover de ahí hasta que me recuperara.

—¿Vamos a comer por aquí o camino a casa? —preguntó Daniela rodeando la silla que yo ocupaba.

—¿A qué casa iremos? —indagué lo que me cuestioné durante el viaje.

—A la de Malibú —asentí sin querer ser molesta quedándome de la misma forma, tanto ella como yo teníamos casa por allá.

—¿Podemos comer en casa? —la mujer accedió a mi petición volviendo a llevar la silla por el aeropuerto, hasta estacionarme frente a la agencia de coches rentados de esa Ciudad.

Su obsesión por tener su propio carro y rehusarse a tomar taxi o pedir un servicio fuera de ponerme de malas me causaba risa, más tardaba en el trámite del préstamo que en lo que está vez lo usaríamos.

—Lo pedí con chofer, para que él mismo pueda devolverlo —llamó cerca de mis oídos.

—¿No era más fácil tomar un taxi que haría exactamente lo mismo? —me burlé de ella observando como achinaba los ojos.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora