Galeão

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Esa noche se terminó de destruir lo que aún sentía por Mariana y por mi papá.

La noticia del amorío entre ellos dos me dejó totalmente helada, ¿Cómo se supone que debía reaccionar? Mi cabeza no terminaba de entenderlo y aunque había discutido con ella al respecto sentí una aberración enorme al saber que llevaban un año siendo amantes y me dolía porque a él lo tenía en un pedestal por ser uno de los inversionistas más inteligentes en el sector, y por ella, porque aún sin que yo lo quisiera logró enamorarme hasta que nuestro matrimonio comenzó a normalizarse.

Enterarme de situación sin duda desestabilizó todo lo que durante esos meses trataba detener y la forma en la que se liberó fue sin duda algo a lo que creí no iba a sobrevivir.

Subí a mi camioneta sintiendo escalofríos, quería poder tener a mi papá enfrente para poder desquitar todo mi coraje con él, hasta ese momento era coherente el porqué de un día a otro había aceptado a Mariana como parte de la familia.

—Eras un cabron —susurré sintiendo mis mejillas humedecerse, claro que estaba llorando, probablemente esa era la razón por la cual mi mamá nunca había aceptado a Mariana conmigo, —Y tú lo sabías —dije ahora para ella como esperando que me escucharan.

Encendí el motor limpiándome los ojos con mis dedos para luego sostener el volante con fuerza, estaba hecha mierda y no podía dejar de pensar en Mariana con mi papá. No, no, no.

Conduje hasta Malibú, tomando la ruta que la noche anterior había seguido, necesitaba olvidarme de lo que me estaba ocurriendo y sinceramente no hallaba otra manera para poder sobrellevarlo, estaba sola y al menos ella me hacía sentir diferente.

-

- P r e s e n t e -

Enero 2020

La puerta de mi oficina se abrió dejando ver a la rubia del otro lado.

—Hola —saludó, —¿Puedo? —asentí para dejarla entrar, revisaba la bandeja de entrada de mi correo electrónico, —¿Cómo estás?

—Llena de trabajo —hablé por fin dejando el ordenador de lado, —¿Tú?

—Todo en orden, me estaba acostumbrado al frió de Nueva York —comentó sentándose en la silla que tenía frente al escritorio, —¿Tu saliste?

—Al juzgado, la demanda de Mariana procedió.

—¿Pero firmó? —llenando mis pulmones de aire busqué entere los papeles que tenía en la mesa un folder rojo.

—Como lo prometió —extendí la carpeta en su dirección, —Fue mi regalo de cumpleaños —irónica me recargué sobre el respaldo de la silla en la que estaba sintiendo ardor en mis ojos, no quería llorar, ya no más.

—Por fin —la escuché decir mientras se levantaba de la silla e iba a donde yo estaba para abrazarme, acción que solo provoco que el grifo en mis ojos se abriera y comenzara a llorar sin disimular en lo absoluto que no estaba feliz con el cómo se dieron las cosas, —Dani, después de todo ya eres libre.

—Si a esto le puedo llamar libre —con la peor actitud me levanté de la silla y caminé a la pequeña sala que tenía en la oficina para quedarme viendo al exterior de la ciudad trayendo a Poché a mi mente.

—Lo difícil ya lo tienes resulto —llegó a mi lado mirando también a los edificios que estaban alrededor.

—¿Poché? —bufé posando mis ojos en ella, suspiró.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora