Neptuno

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La temperatura de sus labios se reguló con la mía en el momento que el beso empezó a tomar forma.

Mis manos seguían acariciando sus mejillas mientras sentía su amarre sobre mi cuerpo tan marcado, tan autoritario, tan como solo ella me abrazaba.

Sentir su lengua pidiendo permiso para devorar mi boca termino por reavivar el incendio que esa mujer me provocaba. Mis dientes se aferraron un par de veces a sus labios antes de separarnos un momento para contemplarnos.

—Nunca nadie me ha hecho sentir lo que tú me haces sentir.... déjame enmendar todo esto, —sus ojos seguían sobre los míos en súplica, —Te amo Poché, tanto que no cabe en mí.

Interrumpiéndola, sin poder objetar palabra alguna volví a tomar su boca entre la mía descansando mis manos sobre sus hombros, sintiéndome con la libertad de desabrochar el par de botones que sujetaban los extremos de la blusa por encima de su pecho.

—Ven —musitó con besos cortos llevándome con ella hasta el sofá en el que tomó asiento, haciendo que me acomodara sobre ella con mis piernas a los costados de las suyas.

Permanecimos entre besos y con caricias compartidas disfrutando de aquel coqueteó excedido durante esos minutos.

—Quiero otra copa —le hice saber antes de interrumpir el momento al bajarme de ella.

Obediente comenzó a servir de la bebida en los vasos disponibles dejándome pensar en lo que terminaría sucediendo esa noche.

Mi cabeza era un desastre.

—Aquí tienes —llamó mi atención entregándome la copa.

Con una sonrisa agradecí aquel gesto dándole un trago al vino, observando que ella hacia lo mismo con el whisky.

—¿Necesitas algo más? —fue atenta acercándose a mí posando una de sus manos sobre mi pierna.

—No vayas a mal interpretar ese beso —dije queriendo convencerme que no estaba bien lo sucedido entre las dos minutos atrás

—¿Mal interpretarlo cómo? —preguntó bebiendo otro poco.

—Pues si —me escabullí de su cercanía al ponerme de pie, —La cosas entre las dos no se van a arreglar con besos.

—¿Y por qué no? —siguió mi movimiento dejando su vaso sobre la mesa, llegando al frente de donde ahora me encontraba.

—Porque no Daniela, te va a costar más que eso —de nuevo su cercanía me hizo tiritar, así que poniendo una de mis manos sobre su pecho la mantuve distante, hasta que lo entendió y regresó al sitio del que venía.

Tomé una fuerte bocanada de aire al llegar a la baranda que contenía un par de jardineras al vacío. Eché un vistazo al restaurante que se encontraba en la planta baja, aun iluminado y quizá dando servicio.

—¿Qué hora es? —pregunté a Daniela sin obtener alguna respuesta.

Al girarme me di cuenta que ya no se encontraba en el mismo sitio en donde la recordaba, fruncí mi ceño tratando de entender en qué momento se había ido.

—¿Daniela? —volví a llamarla entrando al comedor, en donde observé a los alrededores, aun sin rastro de ella. Hasta que la encontré en la nevera.

—¿Dime? —escuché que respondió.

—Nada, te espero acá —levanté mi voz mirándola asentir.

Volviéndome al sillón en el que habíamos pasado parte de la noche vi pasar los segundos hasta que la tuve enfrente.

—¿Recuerdas la vista que teníamos en el Tipi cuando viajamos a Minas? —su pregunta me tomó por sorpresa, así que dudosa respondí que sí, —¿La repetimos? —fruncí mi ceño ante su propuesta, mirando como tomaba su chaqueta y se la ponía de vuelta.

Neptuno 26 | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora