37.

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Emilio


A causa de una poderosa tormenta que ha surgido de la nada, el autobús que nos llevaría a la casa donde estaban los demás se había retrasado un poco pero no como para que el viaje se suspendiera. Después de todo la casa que rentaban estaba apenas a las afueras de la ciudad, no era mucho el tiempo que íbamos a estar en el autobús. Aproximadamente entre las 10 y las 11 de la mañana pudimos subir al vehículo y refugiarnos en el calor artificial que logro hacer nuestros temblores corporales un poco más amenos.

Fui yo él que se sentó del lado de la ventana esta vez, y me sorprendió que Joaquin ni siquiera se inmuto. Normalmente hubiera reclamado el lugar como suyo, siempre era él el que prefería ir del lado de la ventana. 

Pero ya no existe un "normalmente" después de todo lo que ha pasado.

Joaquin parecía tener más frió que yo, ya que cuando se sentó en su asiento empezó a frotar sus manos y se acurruco lo más que pudo. Suspire algo preocupado cuando vi sus hombros sacudirse levemente por un repentino escalofrió.

-Toma.- Dije, mientras me quitaba mi abrigo del cuerpo. Se lo ofrecí, y él, en vez de negarse como pensé que haría, me arrebato el abrigo de las manos y se lo echo encima casi con desesperación. Reí enternecido por su nariz y mejillas rojas a causa del frió. Podía notarse muy fácilmente los cambios de color en su piel ya que era de piel muy blanca.

-Gracias, me estoy congelado.- Hundió media cabeza en la tela del abrigo.

-Eres un tonto, te dije que te haría frió con solo una playera y el rompe vientos.- Dije orgulloso por haber tenido la razón finalmente.


Gire mi cabeza hacia la ventana cuando el camión comenzó a moverse. Me quede mirando la inmersa cantidad de nieve que había en el exterior, y como caía más y más del cielo, siendo acompañada por fuertes ráfagas de viento. A pesar de que era de día las densas nubes cubrían casi toda la luz solar.  Dándole a la mañana un aspecto sobrio y obscuro... Suspire y la ventana se empaño.

Estaba casi seguro de que anoche Joaquin no había dormido nada. Cuando desperté esta mañana enredado en las sabanas, él ya no estaba en la cama. Lo vi con el teléfono en la mano, ya cambiado y preparado para salir.

Había logrado notar sus grandes orejas obscuras bajo sus ojos cafés, esos que tenían un toque enmielado que los hacia brillar más de lo normal. Era increíble como sus ojos tendía a cambiar dependiendo del clima o su estado de animo. En fin, tal vez era solo imaginación mía, pero ese no era el punto. El punto eran que sus orejas más marcadas no habían pasado desapercibidas por mí.

Sin embargo, cuando le pregunte que si como había dormido, él mintió diciéndome que lo había hecho de manera corrida por más de cinco horas. No quise insistir, pues no me parecía buena idea abrumarlo con algo tan obvio, pero quería ayudarlo.

Tampoco sabia como ayudarlo con el otro tema, es que simplemente esta situación me superaba. Jamas en mi vida pensé que me podría enfrentar a algo tan descabellada. Creía en sus palabras, sus ojos no mentía, y en ellos podía ver el temor por el que estaba pasando con todo esto.

Joaco no era él único con miedo, de cierta forma, yo también estaba aterrado. Pero no podía mostrarle mi temor, tenia que ser fuerte por los dos. Él me ocupaba tranquilo y yo me iba a esforzar por aparentar la mayor tranquilidad posible.

-Nunca había estado en una tormenta de nieve.- Quería que Joaquin platicara conmigo, para distraer un poco sus pensamientos.

-Mi madre debe estar preocupada.

Sin Luz - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora