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Maratón 2/3




Emilio

Encontramos una vieja banca al costado de lo que parecía ser un parque pequeño. Nos acercamos a ella lentamente, mirando distraídos solo como algunas madres jugaban con sus hijos en los columpios.

-Mi abuela esta preocupada por mí.- Soltó Joaquin cuando nos sentamos en la banca. Suspiro sonoramente, aliviado por tener un punto de apoyo. Me coloque a su lado con la vista en los columpios desgastados. -Sí mi abuelo siguiera vivo también lo estaría.

-¿Qué paso con tu abuelo?- Pregunte curioso, ya que nunca me había tomado el tiempo por informarme que había sucedido con el señor Gress.

-Tenia una enfermedad en la cabeza... No recuerdo el nombre, el punto es que no pudieron tratarlo en casa. Mi mamá habla poco sobre eso y mi abuela menos. El día que él murió fue muy triste, Renata y yo eramos muy chicos, y teníamos tanto sin ver al abuelo que no fuimos muy conscientes de lo que lo que sucedía.- Explico cabizbajo.

-Lo siento.- Murmure arrepentido de haber preguntado.

Nos quedamos en silencio nuevamente, sin muchos temas para platicar. Suspire en paz por los pocos sonidos que apenas se escuchaban.

Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que no note el momento exacto en el que uno de los dedos de Joaquin rozo mis nudillos tímidamente. Nuestras manos estaban una a lado de la otra sobre la banca y pude sentir como poco a poco como la mano de mi compañero se acercaba a la mía con algo parecido al miedo. Sentí la suave tela de su guante tocando mi piel fría.

Sin mirarle, acepte su contacto, dejando que el abrigo de su guante envolviera mi mano temblorosa. Mordí mi labio inferior, intentando disimular la emoción estúpida que sentía en mi pecho con e roce de nuestras manos entrelazadas. Era un contacto infantil e inocente... Pero aun así, yo lo tomaba como algo intimo entre nosotros. Un gesto cómplice que nos recordaba lo que había sucedido la noche anterior.

Nos habíamos besado, varias veces. Y de solo recordarlo mi rostro había comenzado arder. Pero aquello solo me confirmaba lo obvio... Yo quiero a Joaco, mucho. Le quiero mucho y no como un hermano o un simple amigo... Le quiero como algo más especial y único. Le quiero en mi vida para siempre... Ya no hay ningún motivo para negarlo... Ya no más.

-Mailo...- Murmuro a mi lado. Yo emití un pequeño sonido de respuesta, esperando a que continuara. -¿Qué soñaste anoche?... Gritaste mucho.

Trague saliva.

-No tiene importancia, apenas lo recuerdo ya...- Mentí sin mirarle. No quería preocuparle con cosas tan insignificantes. Solo había sido una pesadilla. Que yo pensara que la niña del sueño era "ella", no lo confirmaba para nada. Tal vez había sido mi mente imaginando cosas raras por todas las rayadas de cabeza que me habían estado atormentando. Solo había sido una pesadilla, no significaba nada...

-De acuerdo.- Suspiro, parecía aliviado. -¿Sabes? He estado pensando y creo que... Ya es tiempo de que regresemos a México.- Dijo luego sin que yo me lo esperara. Esta vez no pude evitar posar mis ojos abiertos en su rostro relajado.

-¿De verdad?- Pregunte en un hilo de voz.

-Sí... Es decir, no creo que aquí consiga la ayuda que necesito... Y se que tú estas cansado de vivir aquí.

-Yo no...

-Emilio.- Me interrumpió seriamente, fijando sus ojos determinados en los míos. -Te conozco... Y me he dado cuenta que extrañas nuestro país. Se que quieres volver con tu familia y amigos, y lo entiendo... Créeme que lo hago.

Sin Luz - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora