39.

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Emilio


Los días transcurrían demasiado rápido y rutinarios para mi gusto, las cosas iban de mal en peor. En la casa, Joaquin no era él único que tenia ojeras marcadas, su madre también estaba siendo victima de esta situación.

Todas las noches sin falta, Joaco se levantaba gritando horrorizado por los terrores nocturnos que lo afligían. Sus gritos desesperados me despertaban por la madrugada y me hacia correr hacia su habitación para intentar calmarlo. Era un cita asegurada, su madre y yo siempre llegábamos a su rescate.

Joaquin estaba cada vez más delgado. Yo tenia que obligarlo a comer, diciéndole que si no ingería alimento yo tampoco lo haría. Fue difícil pero luego de dos días seguidos en los que no comí nada, Joaquin se rindió y comenzó a tragar los alimentos, solo con tal de verme hacerlo a mí también.

Aun así... Yo lo escuchaba vomitar en secreto antes de dormir.

Se estaba haciendo mierda él mismo y yo ya no sabia como ayudarle. Me desesperaba verlo tan mal, tan arruinado y vulnerable. Desde que habíamos visitado la iglesia Joaquin no había salido al exterior. Pasaba todos los días sin parar inmerso en su ordenador buscando cualquier tipo de información que pudiera ayudarle a salir de esto. Solo en algunas ocasiones me dejaba entrar a su cuarto, pero la mayoría de veces me fruncía el ceño y me mandaba a la mierda. Todo se estaba volviendo muy frustrante pues me estaba comenzando a sentir como un estorbo. Él ya no me necesitaba y me lo hacia saber cruelmente, ya no parecía él. Joaquin se estaba convirtiendo en una persona completamente diferente y... Me daba miedo.

Me daba miedo perderle por completo.

Yo también había cambiado con el paso de los días. Me sentía algo enfermo la mayoría del tiempo, y una extraña tristeza había comenzado a crecer en mi pecho apretado. Extrañaba mi hogar, mi familia, mis amigos, pero no podía dejar a Joaquin solo.

Hace un par de días me había decidido a buscar soluciones, partí hacia la iglesia en busca de respuestas y lo único que encontré fue un padre aventándose un sermón de desconfianza hacia lo que le estaba contando, dejándome más vació de lo que había llegado. 




De repente unos golpes me sacan de mis pensamientos. Salgo de mi habitación casi corriendo, sabia que algo no andaba del todo bien.

-Emilio, gracias al cielo estas aquí... Joaquin...- Comenzó a decir Elizabeth cuando me vio salir de la habitación.

-Cálmese.- Dije rápidamente. Alarmado al escuchar ese ultimo nombre salir de sus labios. -¿Qué sucede?

-Joaquin. Creo que esta golpeando cosas contra las paredes de su habitación.- Explico temblando con algunas lagrimas en los ojos. -Se puso así porque despertó y no te vio a ti. Ha estado gritando porque no quiere saber nada de mí, yo... No lo reconozco Emilio ¿qué le pasa a mi hijo?.- Sollozo.

-Por favor, intente estar calmada, ¿de acuerdo? Iré a verlo...

No deje que me respondiera. Corrí hacia el interior de la habitación, me detuve un momento en la puerta antes de abrir, pues los golpes habían cesado y eso no sabia si era algo bueno o si por el contrario me debería de preocupar más. Decidí tocar la puerta dos veces antes de abrir.

-Joaco soy Emilio, ¿puedo pasar?

Nadie respondió así que entre.

Esto me recordaba a cuando lo encontré en el baño del avión. Las luces estaban apagadas y las ventanas completamente cerradas, haciendo que ningún rayo de sol se colara en el cuarto. Hacia más frió en este cuarto en particular, lo que me parecía extraño ya que todo estaba cerrado.

Camine lentamente sosteniéndome de las paredes, sin atreverme a encender la luz. No supe porque no la encendí, algo en mí me decía que no lo hiciera; que ni siquiera lo intentara. Decidí hacerle caso a eso algo.

Cuando una de mis rodillas choco con la punta de la cama, me incline y comencé a tocar las sabanas en busca de algo que se pareciera al pie o pierna de Joaco. Pero no sentí nada, la cama estaba vacía, y aquello me estremeció con algo de miedo. ¿En donde estaría? Por un momento me lo imagine detrás de mí, pero cuando volteé soltando un jadeo de nerviosismo no había nadie a mis espaldas.

A la mierda, iba a encender la luz ahora mismo.

Cuando la bendita luz ilumino todo el cuarto, no logre ver a Joaquin, lo que me confundió todavía más. ¿No dijo su madre que estaba aquí?... Rabia varios objetos destrozados en el suelo y se notaba que las paredes habían sido golpeabas por las ligeras manchas de suciedad. ¿Qué chingados le había pasado a Joaco?

-Joaco de verdad...- Me queje en voz baja. Comenzandome a poner demasiado nervioso. -¿Joaquin?- Le llame con la esperanza de que me contestara. Camine hacia la ventana, pasando junto a la cama. ¿Se abría escapado por ahí?

No... No podía haber hecho eso... -Joac...

-¡Ah!- Grite asustado, al sentir que algo me agarraba del tobillo. Baje alarmado mi visión hacia mi pie atrapado, divisando una mano pálida que me agarraba firmemente intentando jalarme debajo de la cama. El brazo se perdía en la obscuridad que había debajo del mueble. -¡Suelta!- Exclame, forcejeando desesperado. El corazón me iba a mil y pensé que en cualquier momento me iba a explotar por el susto.

Finalmente aquella mano me soltó, y yo solo quise salir corriendo de ahí, pero mi respiración se calmo al escuchar mi nombre de una débil voz que reconocí al instante.

-¿Emilio?

-¿Qué chingados?- Me queje otra vez, agachándome hasta el piso. Y ahí estaba. Acurrucado debajo de la cama, encogido en si mismo y temblando de frió. -¿Pero que demonios haces aquí abajo?- Exclame enfurecido.

No contesto. Apenas podía ver sus ojos entre tanta obscuridad. Pero parecía incluso más asustado que yo.

-Vamos. Tengo que hablar contigo seriamente. Esto no puede seguir así Joaquin.- Hable firmemente ofreciéndole mi mano. La tomó con la suya temblorosa y le ayude a salir pacientemente de abajo, viendo sus escasas ropas y suspirando al ver la delgadez y el deterioro de su cuerpo.

El tiempo se me terminaba. Tenia que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde. 




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Gracias lectores.

Anahí.



Sin Luz - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora