Capítulo Intro

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"Viviremos en un castillo hecho con amores, sostenido por dulzura, protegido con confianza, construido con felicidad; viviremos en nuestro castillo para no salir jamás".

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Prólogo

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Los rayos del sol comenzaban a colarse por las enormes ventanas de aquella lujosa mansión.

El silencio imperaba en el lugar; también en una de las habitaciones de la parte de arriba, donde ningún ocupante se miraba alrededor, ni aún en la elegante cama tamaño king con dosel estilo señorial en colores beige/café que iba muy acorde con la decoración completa de la recámara, la cual sí lucía que alguien hubo dormido en el lecho, aunque en sí había permanecido vacío.

Las luces de las lámparas en los burós, aún estaban encendidas. En el suelo alfombrado se veían las colchas y una que otra prenda de vestir. En el sofá estaba una chaqueta en color negro y una corbata de seda.

Pero lo más interesante, era la joven mujer que yacía encogida en el suelo, —justo al pie de un enorme espejo cheval italiano de acabados dorados—, y que cubría su cuerpo con un vestido de novia.

Ésta estaba despierta, más su mirada triste y perdida, la tenía posada en la nada; además, de que su semblante pálido y ojeroso, indicaba que no había dormido en toda la noche, sin dejar de mencionar que por lo hinchado de los párpados, lo irritado en los ojos y la nariz roja, eran clara señal de que también había estado llorando.

De pronto, la fémina señalada arrojó un profundo suspiro lleno de tristeza. Con su dedo índice izquierdo se rascó la punta de su respingada nariz salpicada de curiosas pecas; luego se miró los dos aros de platino que había en su dedo anular: una, era su argolla matrimonial y, el otro era su anillo de compromiso con un diamante en color azul de aproximadamente siete quilates, los cuales contempló por varios segundos, haciéndole recordar unos ojos casi del mismo color.

Precisamente por haberlo recordado, la mujer comenzó a llorar al revivir la humillación de la noche anterior y, donde muchas, —en su despedida de soltera—, la engañaron, —entre ellas su madre y su suegra—, quienes le hubieron dicho:

"Será la noche más inolvidable de tu vida".

Una mueca de sonrisa apareció en el femenino rostro, e irónica la dueña de ello decía de su memoria:

— Sí, y no se equivocaron, porque ha sido la más inolvidable de todas.

... consiguientemente, con la falda del vestido blanco, se limpió la nariz.

Desganada, la joven se levantó para quedar de rodillas y toparse con su terrible reflejo. Su cabellera estaba más alborotada de lo normal al ser no sólo rizados sus cabellos sino sumamente rebeldes; y el rimel de las pestañas regado le hacía marcar más las ojeras.

Sin apartar la vista de su aspecto, ella lentamente se puso de pie para observar el resto. Su cuerpo era sumamente delgado; y por lo mismo no tenía las curvas que muchas jovencitas a su edad ya presumían. Sí, no era tan agraciado, por eso aquél... las lágrimas otra vez aparecieron y comenzaron a rodarle por las mejillas al sólo pensar de su existencia.

Tratando de ahogar el llanto, ella siguió mirándose desde la cabeza hasta los pies.

Para esa "inolvidable noche" su suegra le había regalado un sexy negligé de seda blanca, según aquella para impresionar a su... "marido".

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora