Capítulo 4 parte "a"

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NUEVA YORK, Viernes 14 de Junio/1996

— Hemos llegado, mi lady — anunció el chofer de un Bentley Arnage Gris en lo que descendía para dirigirse y abrirle la puerta a su patrona.

Ésta, desde el interior, miró a su empleado; y no negó que un nerviosismo, —con lo anunciado—, la inundara por un momento.

Pasado el nerviosismo, la mujer recuperó su postura; tomó su cartera que hacía juego con su atuendo: —un hermoso traje sastre de falda corta, chaqueta cuello óvalo y mangas tres cuartos en color beige—, y se dispuso a bajar de la unidad, mostrando unas delgadas y a la vez bien torneadas piernas.

Al ponerse de pie, sobrepasando la altura del vehículo por lo alto de sus zapatillas, la fémina agradeció a su trabajador con una simple inclinación de cabeza.

Acto seguido, ella puso sus ojos en la entrada principal del impresionante Edificio Woolworth, rascacielos que hasta el año de 1930 hubo sido el más alto del mundo, y lugar donde estaban montadas las oficinas administrativas pertenecientes a Los Almacenes Walker de ese estado.

Inhalando profundamente aire y arrojándolo con lentitud de sus pulmones, la visitante se dispuso a caminar para ingresar al lugar.

Conforme ella avanzaba con pausado y firme paso hacia la entrada, el chofer cerró rápidamente la puerta del auto para apresurarse a ir a abrirle el acceso al edificio.

La mujer de porte elegante no pudo dejar de ser percibida por todos, atrayendo ipso-factamente las miradas masculinas, ya que no sólo destilaba sensualidad con su coqueto meneo de caderas sino la belleza singular de ella, quien no se dignó ni a acercarse a la recepción, sino que se pasó de largo hacia el área de ascensores.

El guardia en turno estaba a punto de interponerse a su paso; sin embargo, fue detenido por el acompañante de la dama, el cual de un movimiento mostró su gafete.

Enterado, el empleado se irguió de tan sólo leer el nombre de aquella placa, y se quedó mirando a la mujer que ingresaba al ascensor y desde adentro lo miraba fijamente.

Aquel hombre, sintiéndose intimidado por la mirada dura del hermoso personaje, agachó la cabeza.

Por su parte, el chofer ingresó con ella para conducirla hasta los últimos pisos de ese edificio.

Previo al descenso, ella indicaba:

— No será necesario que vengas conmigo. En cuanto llegue el ascensor arriba, te regresas y me esperas en el auto.

— Como ordene, mi lady.

En pocos segundos, el elevador se abrió.

Ella descendió para caminar sobre un largo y elegante pasillo, y consiguientemente detenerse en el área de recepción donde un grupo de mujeres jóvenes y adultas, vistiendo ejecutiva y presentablemente, estaban a la espera de ser atendidas.

— El licenciado Pryce — nombró la recién arribada dirigiéndose a la recepcionista.

— Está muy ocupado en este momento dando entrevistas; pero aquí está su turno — contestó la secretaria extendiendo una ficha; — y si gusta puede tomar asiento y esperar.

Por supuesto, a la mujer no le pareció el desplante mostrado de aquella secretaria la cual ni siquiera se dignó a mirarle la cara. Por ende, la recorrió con la vista, y se dio cuenta de que la empleada estaba en la última etapa de su embarazo.

Pujando de manera irónica, la fémina tomó el número que le entregaron, y fue a buscar un asiento, encontrando uno disponible y lo ocupó.

Mirando de frente, la visitante comenzó a recorrer el área de espera, y analizó a todas las que estaban ahí, —guapas todas ellas—, hasta que miró hacia su lado izquierdo donde había una jovencita de lentes que tenía enterrada la cara sobre un libro, sus cabellos cortos negros un poco ondulados, más su presencia no impactaba como las otras.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora