Capítulo 6 parte "b"

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Cómodamente sentada en las piernas del guapo castaño, Susana le hacía caricias precisamente al galán; y es que, después del pleito por teléfono del día anterior, éste, cortésmente, la dejó colgada y no salió para ir a buscarla. Lógico, a la ojo azul le entró el temor de perderlo, y por eso...

— Perdóname, ya no estés enojado conmigo. Ya no volveré a reclamarte, te lo prometo — decía la amante buscando incesantemente unos labios para besarlos.

Él, por más, se hacía del rogar; y por ende:

— Vamos, Terry. Di que sí me perdonas.

El ejecutivo la miró seriamente por unos segundos. Con posterioridad, medio sonrió; y cuando estaba a punto de ceder, la puerta de su oficina se volvió a abrir sin ser anunciada.

Terrence se levantó de inmediato consiguiendo que la anunciadora casi cayera. Eso no sucedió ya que Susana se sostuvo del escritorio, y el mueble no permitió que tocara tierra.

— ¡Pídele a tu visita que se largue porque necesito hablar contigo! — exigió una molesta mujer chasqueándole a su esposo los dedos.

— ¿Y por qué no me lo pide usted?

La buscona se atrevió a dirigirle la palabra a la recién llegada. Ésta sólo miró de frente a su marido, y él advirtió la amenaza en los ojos de su esposa.

— Susana, por favor — dijo Grandchester apuntándole hacia la puerta.

La nombrada, —a pesar de haber soltado un "asch" de fastidio—, obedecería al castaño. Antes de salir, se le acercó para darle un beso. Dado éste y con aires triunfadores pasó a un lado de la otra rubia.

En cuanto el matrimonio estuvo a solas...

— ¡¿Y así pretendes engendrar un hijo conmigo?! — ella señaló hacia la salida, — ¡Olvídalo, maestro!... pero, bueno, ya lo hecho, hecho está... y a lo que vine. Te informo que visité al doctor, y ahora con mayor razón, necesito que te hagas unos análisis que no te vendrían nada mal, ¿eh? porque para saber... ¡con cuánta mujerzuela más te metes!... no dudo que alguna infección... ya traigas por "allá" —, se lo apuntó y se acercó para dejar la información sobre su escritorio, luego, se dio la vuelta. Y previo a salir se giró para sentenciar duramente: — Una última cosa... Ya que no tienes ningún respeto por mí, por lo menos tenlo por este santuario —, ella redondeó el lugar, — del que cree ciega ¡y estúpidamente! en ti y que lamentablemente es mi padre, y no utilices su oficina para estarte citando aquí con tu amante. O dime, ¿no tienes lo suficiente para pagar un hotel barato? Si es eso, no te preocupes, cárgalo a mi cuenta, no creo que un dólar... me haga pobre.

Terrence, —quien todo el tiempo únicamente se la había pasado contemplándola—, la vio salir furiosa. Posteriormente se sentó, puso sus codos sobre el mueble; y apoyando su cabeza sobre sus manos, miró hacia abajo para decirse a sí mismo:

— Qué mal nos juzgan, compadre —, y finalmente él comenzó a reír.

. . . . .

Al siguiente día que era el 25 de junio y celebraban su aniversario, Candice se estiraba plácidamente a todo lo ancho de su cama.

En eso, un olor llegó a ella haciéndola enderezarse y sorprenderse no sólo de ver su desayuno sino un enorme ramo de rosas rojas con una nota.

Curiosa se levantó, calzó sus pantuflas y caminó hacia allá. Después de darle un sorbo al jugo, tomó la remisa para leer:

Feliz Segundo Aniversario, Nina.

Espero que tengas un buen día y me gustaría saber ¿si aceptas cenar conmigo esta noche? Algo informal.

Estaré esperando tu respuesta, y confío que sea un sí.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora