LOS ÁNGELES, Sábado 23 de Agosto/1997
Un mes ya se había cumplido desde que Terrence y Candice dejaran al pequeño Gulyad a cargo de sus padres.
En ese tiempo, ellos dos se habían organizado en sus actividades: de lunes a viernes, en lo que el castaño estaba al frente de la compañía, asistía en todo lo que la rubia necesitara conocer con respecto al buen funcionamiento de la empresa. Sábados y domingos, Grandchester los empleaba para volar hacia la Ciudad Angelina y estar con su hijo; mientras que Walker, por su parte, prefería quedarse en la metrópoli neoyorkina respaldándose con su entrenamiento y exceso de trabajo.
Por supuesto, cuando el castaño estaba a solas con su familia, ésta lo cuestionaba una vez más sobre la actitud negativa de la rubia hacia la criatura.
— ¿Qué pasa con ella? ¿Por qué no quiere al niño?
— ¡Madre, yo qué sé! No me la paso cuestionándola; de hecho, te puedo decir que nuestro trato ahora es meramente laboral que personal, porque está tomando muy en serio su papel en la compañía y no es por nada, pero tampoco lo está haciendo mal.
— ¿Tienes pensado dejarle la presidencia? — hubo preguntado su padre.
— No lo sé todavía, pero si eso es lo que ella quiere, ¿por qué no?
— ¿Entonces no hay esperanza de que rescaten su matrimonio? — fue turno de Eleanor el cuestionar.
— ¿Rescatarlo de dónde, señora? — hubo sido la contestación agria del castaño, porque también estaba cansado de pensar y encontrar siempre la justificación ante todos a la necedad de la rubia.
— Del hoyo en donde está. Tal vez si tú le das una mano, ella cambie — sugirió una madre mientras se acomodaba en el sofá a lado de su esposo.
Después de haberle entregado el bebé a Terrence, él precisamente indagaba:
— ¿Y cómo? Si ella vive en su casa y yo en la mía. El único lugar donde la veo es en la oficina — enteró el castaño y puso un beso en la frente de su cría.
— ¡Ah! pues con mayor razón — Eleanor exclamó sorprendida, después de ver el acto cariñoso de su hijo. — ¡Dale terapias de amor!
Estupefactos, los dos hombres se quedaron mirando uno a otro; pero en un segundo, el que comenzó a reír fue Richard. Por supuesto, su esposa le golpeó una pierna para continuar diciendo:
— El mismo que sus padres le han negado... porque presiento que es eso... el castigo de su desprecio no es hacia su hijo o hacia ti... sino hacia sus padres... aplicándoles la misma indiferencia que ellos pusieron desde siempre en ella... Una persona carente de amor, es imposible que dé amor aunque haga cosas que indiquen lo contrario. Acércate a ella, hijo, y así como le estás enseñando a ser una mujer de negocios, enséñale que primero es eso... ¡una mujer! la cual también puede ser muy amada y tratada con dignidad.
Así hubo aconsejado la delicada dama; y los hombres de nueva cuenta se miraron. Consiguientemente, Richard abrazó a su esposa y le dio un beso en la sien, mientras que a Terrence lo dejaba verdaderamente pensativo, mirando y acariciando el rostro de su hijo.
NUEVA YORK, Lunes 25 de Agosto/1997
Era mediodía y la lluvia, por fin, ya había cesado dándole paso a la humedad que ascendía cada día en la gran manzana. Desde el día anterior y durante las 8 horas de vuelo desde Los Ángeles a la Capital del Mundo, Terrence siguió pensando en las palabras de su madre.
Ahora estaba parado frente al gran cristal de aquel ventanal con las manos en los bolsillos de su pantalón, pero sus ojos miraban hacia el reflejo de la rubia quien seguía muy entretenida tomando notas de lo último que el castaño le había indicado.
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Castillo de Mentiras
FanfictionESTA HISTORIA, COMO LAS ENCONTRADAS EN MI PERFIL, SON DE MI TOTAL AUTORÍA. NO DE DOMINIO PÚBLICO. Sin saber que uno ni otro existía, la engañosa conveniencia los obligará a estar juntos, aprendiendo los dos en el trayecto a soportarse, y quizá con e...