Capítulo EPÍLOGO parte "b"

818 120 26
                                    

Con ese, era el cuarto suspiro que la rubia arrojaba. Acostados sobre una colchoneta tendida en el suelo de la veranda de su habitación, Terrence y Candice observaban el cielo estrellado y disfrutaban del clima fresco en San Diego. De pronto...

— ¡Pide tu deseo!

La mujer sonrió, cerró los ojos e hizo su petición; empero, enseguida quisieron saber:

— ¿Qué pediste?

— ¡Ah, eso no se dice, si no, no se me cumple!

— Y hasta este día, dime, ¿qué cosa que hayas pedido no se te ha cumplido? — como que recriminaron un poco.

— Bueno, sí, pero... es diferente — dijo aquella jugando con las manos grandes de su esposo; — aunque... — ella se removió de su lugar para quedar boca bajo y sobre el abdomen de él para mirarlo de frente.

— ¿Qué? — Terry cuestionó jugando con los rizos sueltos.

— Mi deseo tiene que ver mucho contigo.

— ¿Conmigo? — replicó él con una sonrisa a punto de derretir témpanos.

Ella, también sonrió; y de repente, decía:

— Espérate aquí; porque te tengo una sorpresa.

— ¿Me va a gustar? — preguntó el castaño conforme la ayudaba a levantarse.

La mujer, mientras guiñaba un ojo, respondía:

— Espero que sí; sólo dame 15 minutos, y después te veo... —, con el dedo índice ella apuntaba: — allá — o sea la recámara.

Consiguientemente, la rubia ingresó a la pieza sonriendo por el gesto de emoción que el esposo le dedicara.

Pasado el tiempo, el castaño, el cual se había quedado contemplando todavía el firmamento, se levantó; y fingiendo serenidad ingresó a la alcoba donde se escuchaba bajamente una música muy sensual.

Terry sonrió levemente, pero no encaminó sus pasos en dirección a la cama, sino hacia la sala de estar, y ahí, con toda apropiación, se sentó y aguardó unos minutos más.

Por su parte, adentro en el espacioso cuarto privado, Candice, en frente del espejo, miraba por última vez su atuendo, y también por última ocasión, se aplicaba un poco de perfume.

Sonriendo coqueta y para sí misma, Nina se dispuso a buscar la puerta de salida, pero principalmente a su víctima que lo fue a encontrar acostado en el sofá, con las manos detrás de la nuca, los pies cruzados e increíblemente... los ojos cerrados.

Con paso silencioso, la rubia llegó hasta él; y por lo acompasado de su resuello parecía que debido a su cansancio, a Terry lo estaba venciendo el sueño; por ende, Candice suspiró, sonrió comprensivamente y se dio la media vuelta. Sin embargo, no terminaba de girarse cuando...

— ¿Adónde vas? — preguntó el castaño manteniendo todavía los ojos cerrados.

No obstante, cuando él los abrió y se topó con lo que tenía en frente, se levantó como de rayo y no disimuló en su meticulosa recreación de pupilas.

OMG! — él expresaba una y otra vez, conforme caminaba alrededor de su esposa y la admiraba de pies a cabeza.

La rubia, por supuesto, sonreía coquetonamente ante la reacción de su esposo, el cual comenzó a preguntarle, en lo que la sostenía de una mano y la hacía girar para deleite de él:

— ¿Qué no se suponía que debería ser yo quien te diera el regalo por ser día de tu cumpleaños? —, y precisamente él tocó uno de los moñitos que adornaban la fina lencería.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora