capítulo 3 parte "b"

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Al cumplirse la primera semana de compromiso, también llegó el cumpleaños número 18 de Candice.

Había tantas cosas qué hacer, que a sus progenitores se les pasó de largo. Su padre Gerard con la excusa de que andaba de viaje de negocios y su madre Helena por estar muy metida viendo infinidad de cosas para la boda, sencillamente ¡se les olvidó!

Los únicos que se acordaron de ella fueron los empleados, los cuales en el momento de verla aparecer por el comedor y después de tomados sus alimentos, le llevaron un pastel para festejarla.

Al darse cuenta los padres de la chica del error cometido, sólo la llenaron de regalos que para ella tenían ningún sentido.

Por lo mismo y sin importarle el costo que sus padres pagaron por ellos, Nina se los obsequió a los que verdaderamente le demostraron su afecto: sus empleadas, quienes salieron felices y rayadas de la habitación de la rubia presumiendo lo obtenido.

De ese modo, siguieron los días, hasta que la mañana del sábado 20 de marzo, aprovechando que Terrence había ido a dormir a casa, Eleanor se dirigió a la habitación de su hijo para informarle del evento pasado.

Acostado en su cama, durmiendo boca abajo y en simples calzoncillos, el joven escuchó el llamado de la puerta, se cubrió con la sábana y se dispuso a darle acceso a su madre.

Cuando ella notificó lo sucedido, se sintieron mal por el olvido cometido hacia la rubia, pero... al decir Eleanor que él debía visitarla y llevarle un regalo, Terry también puso objeción alegando que estaba muy cansado, y no sólo por la parranda de la noche anterior, sino por sus estudios y el deporte. Más aún así, obedecería a su madre, a quien sólo le pidió lo dejara dormir un rato más, y por la tarde haría lo que sería: su primera visita como prometido oficial.

. . .

Alrededor de las 5 de la tarde, la rubia, —sentada en cuclillas—, jugaba el agua de un bien cuidado manantial. Y estaba tan entretenida, que no sintió la llegada de su nana hasta que ésta la llamó para informarle:

— Nina, tienes visitas.

Candice, al escucharla, giró su cabeza y miró de reojo al que venía detrás de ella.

Sin soltar lo que llevaba atrapado entre sus manos, la joven se enderezó para quedar de frente a su prometido quien ya la miraba de pies a cabeza en verdad muy sorprendido. Luego, de recorrerla una vez más, Terry se hizo de acopio y finalmente saludaba:

— Hola, Candice.

La rubia, habiendo agachado la cabeza ante el escudriño de aquél, respondía quedamente:

— Hola.

— Bueno, los dejo solos — dijo la nana. — ¿Le ofrezco algo de tomar, señor Grandchester?

— Sí, un poco de agua, por favor.

— Con gusto. ¿Tú, hija?

— Nada.

Con la indicación, la empleada puso retirada; pero, al girarse momentáneamente, no sólo resoplaba sino que sacudía la cabeza. Aquella pareja decía nada, solamente escuchaba el ruido de la cascada.

Terrence no apartaba su mirada de la joven; y haciendo un gesto de lástima, volvió a analizarla, y tarde se dio cuenta de su error al no avisar de su llegada. Tal vez así a su prometida le hubiera dado tiempo de ponerse algo más apropiado o por lo menos algo que la combinara.

Sin querer, él llenó de aire sus pulmones y lo arrojó con fastidio. Se sentía verdaderamente idiota porque no sabía cómo entablar una conversación con ella; pero hasta eso, la rubia tomaría la iniciativa al preguntarle con timidez:

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora