Capítulo 2

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LOS ÁNGELES, CALIFORNIA, Viernes 26 de Febrero/1993

El tráfico pesado de la ciudad lo estaba poniendo de mayor mal humor; y es que desde que saliera de la oficina de su padre, Terrence no podía dejar de repetir una y otra vez:

— "Casándote"

Pero eso no era lo peor si no que su padre, —aprovechándose de sus cinco minutos de apendejes— sin vacilaciones ¡el universitario había aceptado atarse a una mujer que nunca en su vida había visto! a pesar de que Los Almacenes Walker eran bien reconocidos en el país. No obstante, al dueño, —y raramente—, se le veía dando entrevistas o involucrado en fiestas sociales; y si lo hacía, era únicamente con la asistencia de su esposa Helena. De su hija, jamás se hablaba ni se le conocía en persona.

Por ende, en lo que se aguardaba a que la luz del semáforo cambiara a verde, Terrence, —apoyando su codo izquierdo sobre la puerta de su convertible Porsche Carrera en color gris—, se daba repetidos topes en la frente con su puño y se recriminaba por la estupidez cometida.

En el momento de ver que tenía el siga, con verdadera rabia y sintiéndose impotente, el joven hizo pitar el claxon de su vehículo; y a los autos que tenía enfrente les gritaba con frustración:

— ¡¿Qué esperan para avanzar?!

El universitario ¡urgencia! tenía por llegar a su destino, y no tanto por querer ir a la horca sino que quería hablar con alguien al respecto y que le ayudara a abogar a su favor para cancelar la palabra dada.

Millas más adelante, Terrence llegó a Westwood, un vecindario al oeste de Los Ángeles, y casa de la Universidad de UCLA; y se estacionó sobre el Boulevard Wilshire justo en frente del Edificio Remington, lugar donde sus padres residían.

Con extrema rapidez, el visitante ingresó al edificio yéndose directo a tomar el elevador. Frente a ello, perdió unos minutos aguardando, porque cuando estaba por cerrar la puerta, una mano se introdujo para hacerla abrir de nueva cuenta y dar paso a una persona mayor en silla de ruedas la cual era conducida por su enfermera personal.

— Joven Grandchester, buen día.

— Lady Henderson — saludó el muchacho, el cual, — pese a su prisa y angustia—, tomó la mano de la dama para besársela con respeto.

— Cuánto tiempo de no verle — le observaron.

— Así es, mi lady — dijo él sin dejar de ser cortés.

— ¿Cómo van los estudios? — se interesaron.

— Muy bien, gracias — se respondió.

Y así, entre más preguntas entabladas y respuestas amables, el elevador los llevaba a su destino final.

El primero en salir hubo sido el universitario posteriormente de despedirse de la dama aquella. Luego, metió su mano en el bolsillo de su pantalón para sacar las llaves y abrir la puerta e ingresar al lujoso condominio, donde se distinguía la espaciosa sala, el corredor que conducía al comedor, la oficina y el área familiar.

Con pasos sigilosos, la visita fue en busca de su objetivo que, al no oírla ni verla alrededor, la empleada, ya saliendo de la cocina a su encuentro, le apuntaba dónde podía encontrarla.

Terrence cruzó la sala, dejó sus llaves sobre la mesa de centro y caminó hacia el balcón; empero, antes de abrir la puerta corrediza, distinguió a su madre recostada en un sillón largo y con su máscara para dormir puesta.

Con cuidado se deslizó la puerta, y él se acercó a su progenitora y se sentó en otro sillón. Mirándola con detenimiento, la tomó de la mano; y ante su toque, la dama se quitó su vendaje para mirarlo.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora