Capítulo 23 parte "a"

834 139 24
                                    

LOS ÁNGELES, CALIFORNIA, Viernes 7 de Noviembre /1997

60 Fahrenheit (15 C) era la temperatura ambiental de esa noche en la ciudad.

Los abrigos que habían llevado consigo por el abrupto descenso en el clima de la Gran Manzana, ya no era necesario usarlos.

Sin embargo, en Candice, su temperatura corporal era menos 0; y es que desde el momento que el jet había aterrizado, sus manos comenzaron a helarse. Increíblemente también le sudaban y de sus mandíbulas se había apoderado un castañetear según por un frío que ella sentía.

Aguardando por su transporte, parados a la salida del aeropuerto, Terrence sostenía de las manos a Candice y se las frotaba; a la vez sonreía divertido de lo que la pobre de su esposa estaba padeciendo con su nerviosismo tan notorio.

— ¡Ay! Ya ni cuando me casé, que según debía ser el día más feliz de mi vida, me sentí así—– confesó la rubia titiritando los dientes.

— Estás ansiosa, es todo.

Las manos masculinas sobaron los femeninos hombros, mientras Grandchester sonreía abiertamente de la aclaración tan honesta de la joven, aunque también él, si recordamos, no había estado muy feliz que digamos, de aquel acontecimiento pasado.

— ¿Tú crees? ¡Yo más bien diría aterrada!

— No pasa nada — dijo el castaño abrazándola y sin dejar su gentil sonrisa. Y así se quedaron un buen tiempo.

Atrás de ellos, vigilando los equipajes, Leagan también sonreía, pero más de ver la unión tan fuerte que en aquellos dos se estaba formando.

Pasados dos minutos, su vehículo finalmente llegó: un BMW plateado, que había sido rentado.

Neil se aproximó al que venía a cargo y recibió de éste, las llaves del auto. En lo que Terrence abría la puerta para que su esposa ascendiera, el trigueño se disponía a subir el equipaje.

Una vez que todos estuvieran en el interior, Grandchester proporcionó la dirección exacta del domicilio de sus padres: Edificio Remington, sobre el Boulevard Wilshire en Westwood.

. . .

Depositado en su cunita de madera oscura de formas y tallados muy elegantes, el hermoso angelito que era Gulyad dormía solito y placenteramente su quinto sueño, en su recámara pintada de tonos azul y blanco que tanto su padre como abuela habían decorado para él.

Las cortinas que pendían de dos ventanas esquinadas y las sábanas suaves que cubrían el colchón donde el pequeño descansaba, eran de colores pasteles y estampados de: un árbol y al pie de éste, un niño sentado, recargado en el tronco, leyendo un libro y rodeado de plantas y avecillas emprendiendo el vuelo.

Las colchonetas y edredones combinados de tonos fuertes y suaves haciendo contraste entre ellos, tenían bordadas su nombre: Gulyad, todo hecho por su adorada abuela.

En una mesita de noche de cuatro patas de escultura curveada y al tope de ésta, estaban los libros que Eleanor leía cuando se sentaba con su nieto, en la silla mecedora del mismo grabado de la cuna.

En el suelo, a un lado de la camita, yacía un tapete, y encima de éste: una caja con juguetes.

El buró alto que estaba cerca de una ventana constaba de: por el lado derecho, la hilera de cajones que contenía la ropita del bebé, pañales y sus más importantes utensilios de cuidado; de lado izquierdo, estaba la mesilla acolchonada que servía para cambiar y vestir a la criatura.

Todo era silencio en el lugar y la luz muy tenue. De pronto, la hermosa lámpara de candelabros, se encendió en su totalidad para alumbrar el lindo e infantil aposento; y dos importantes personajes, aparecieron bajo el umbral de la puerta.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora