Capítulo 12 parte "a"

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NUEVA YORK, Jueves 3 de Julio /1997

— Te dije que era nuestro.

Hubo sido la aseveración ¿por qué no? feliz de Terrence mientras estiraba sus brazos y entregaba el bebé a Candice.

Ésta, por su parte, primero miró al niño. Después a él; y sorprendentemente... ¡lo rechazó! dejando a todos los presentes anonadados y mirándose unos a otros de la repentina acción de ella al tomar rápidamente su bolso y salir a toda prisa de aquel tribunal.

Desconcertado, Terrence resopló ligeramente. Atrajo de inmediato a su hijo para besarlo, cobijarlo amorosamente entre sus brazos y decir:

— Gracias por su ayuda y colaboración, doctora y doctor Andrew.

— No tiene nada qué agradecer, señor Grandchester. Al contrario, nuevamente lamento mucho este suceso. Pensé que la señora en verdad quería un hijo y al parecer volví actuar equivocadamente — dijo Albert con voz derrotada.

— No, no, no diga eso, por favor — él castaño lo corrigió.

— ¿Necesitará de mi ayuda nuevamente? — preguntó con amabilidad la nana que era precisamente la esposa de Andrew en lo que quitaba al niño de unos brazos para ayudar a ponerlo dentro de su cesto.

— No, doctora. Ya ha hecho demasiado por nosotros.

— De todos modos, no dude en llamarnos si se le ofrece algo — hubo aseverado el doctor al mismo tiempo que estiraba su mano para estrecharla con la del castaño en señal de despedida.

— Claro. Lo tendré en mente. Hasta luego y gracias — se despidió Grandchester.

El rubio tomó de la mano a su esposa y buscaron la salida seguida de la mirada entristecida de Terrence.

Acto seguido, él miró a su crío, sonrió levemente, tomó el porta bebé de sobre el escritorio así como su portafolio y también buscó la salida en compañía de los abogados que aguardaban.

En lo que recorrían el largo pasillo, el grupo ese iba comentando otros asuntos, principalmente el castaño le recomendaba que estuvieran y le mantuvieran al tanto de cuál sería la sentencia final de Susana Malone.

Cruzada la puerta principal y arribado afuera, todos se detuvieron unos momentos para despedirse. Desde arriba, Grandchester distinguió la presencia de Leagan al pie de la puerta de la limosina.

— Con su permiso, señores — dijo él, y comenzó a descender las escaleras de aquel monumento arquitectural ubicado en Foley Square.

Estando abajo, Neil le quitó al niño y lo puso sobre su asiento especial mientras que Terrence lo aprovechaba para quitarse el saco.

Enseguida de agradecer la atención que tuvieran para con su hijo, —conforme el guardia iba a su lugar que era al volante de aquel vehículo—, Grandchester ingresó para ocupar el asiento que estaba justo a lado de la portezuela. Ya sentado, él puso su mirada hacia el frente donde curiosamente estaba su hijo.

En cambio, Candice disimulaba tener la vista hacia fuera; los pies los bailoteaba en señal de desesperación y nerviosismo, evitando a toda costa toparse con los ojos que la miraban, sobretodo negándose a girar la cabeza un poco y mirar al que iba a su lado izquierdo.

Interiormente, Terrence se imaginaba y comprendía la difícil situación por la que la rubia estaba pasando, así que, para no incomodarla más, dejó de observarla para también posar su mirada en el cristal polarizado del largo vehículo y ver hacia la calle.

En cuestión de segundos se pusieron en marcha; empero, gracias al tráfico pesado no avanzaban mucho.

Leagan, —para evitar más congestionamiento— buscó salida hacia la autopista Franklin Delano Roosevelt, —ubicada en el lado del Río Este que rodea Manhattan—, para conectarse con las autopistas Interestatal 87 o Major Deegan e ir hacia el norte.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora