Capítulo 15 parte "b"

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Walker, una vez llegara a la oficina presidencial, ahora sí, educada, se anunció tocando levemente; y aguardó en breve la autorización de entrada. No obstante, al no obtener respuesta, ella abrió la puerta para darse acceso.

Adentro y al ver a su esposo acostado en el sofá, la esposa se alarmó; y procurando hacer el menor de los ruidos, se acercó para mirarlo primero por unos instantes y admirar cuan largo era.

Al sentir que su presencia no había sido percibida, Candice se dio por enterada que Terrence estaba profundamente dormido, por ende, la rubia se dio la media vuelta para emprender retirada, sin embargo...

— ¿Se te ofrece algo? — se escuchó haciéndola volver sobre su eje.

— Perdón. No quise despertarte.

— No estaba durmiendo.

— ¿Estás enfermo? — preguntó Candice con preocupación debido a la voz que daba indicación del congestionamiento del castaño.

— No, es un simple dolor de cabeza.

— ¿Ya tomaste algo? ¿Quieres que llame al doctor?

Con su consternación, Terrence bajó su mano y la enfocó para decirle:

— No, gracias. Y sí, ya tomé algo que espero haga efecto pronto —; y él no tuvo otra más que sentarse sosteniéndose la cabeza.

— Si quieres irte a casa... — Walker lo sugirió.

El castaño se giró para mirarla, notando ella el cansancio en el rostro de él, gesto que la hizo decir:

— ... sólo avísame para irme contigo.

. . .

Alrededor de las dos de la tarde, con la luz opaca del estacionamiento subterráneo...

— ¿Estás segura que sabes conducir? — fue la tercera misma pregunta que hacía Terrence.

— Sí, caramba. Ándale, dame las llaves —. Candice estiró la mano para que le entregara lo pedido.

— ¿Segura, segura? — él la re cuestionó y fingió hacerle entrega. De repente, cambió de parecer y levantó su mano más arriba de su cabeza.

— ¡Que sí! — respondió Candice tratando de alcanzar la pieza no disponible.

— ¿Dónde aprendiste? — indagó el castaño frunciendo el ceño y a la vez divertido del esfuerzo que hacía su esposa.

— Neil me enseñó cuando estábamos en Tenerife — la rubia informó no insistiendo más para poner sus manos en las caderas.

— ¿Qué otras cosas te enseñó Leagan? — Terrence quiso saber entre curioso, molesto y arqueando una ceja.

— No querrás saber — ella sonrió con amplia travesura.

— ¿Sabes? Creo que ya me siento mejor. Así que, no será necesario que manejes tú —. Él desactivó la alarma del auto deportivo y abrió la puerta del piloto.

— ¡No seas cobarde, Terrence, y dame las llaves! — la joven habló con rigidez, agotada de paciencia y obstaculizándole la entrada al vehículo.

No obstante, el castaño al ver la mirada furiosa de aquella...

— Está bien — aceptó resignado. — De todos modos, tarde o temprano, he de morirme — sonó el dramático exagerado entregando la llave para finalmente ingresar al vehículo.

Ocupando sus respectivos lugares, Terrence veía la cara de felicidad en la rubia que, mientras acomodaba el asiento, el espejo retrovisor y se ponía el cinturón de seguridad, decía emocionada:

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora