Capítulo 23 parte "b"

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Sábado 8 de Noviembre/1997

Antes de la reunión con los demás inversionistas, Gerald Walker, Terrence y Richard Grandchester se citaron en Hillcrest Country Club para jugar golf.

Apoyado en uno de los dos carts, cruzando un pie y sosteniendo su palo, Terrence aguardaba su turno con un poco de impaciencia; y es que su suegro, —además de que se estaba tomando todo su tiempo para realizar su "swing" que al final le salía de lo más maleta debido a que la bola fue a caer al agua—, no paraba de hablar porque increíblemente le llamaba la atención por no haber avisado que su hija venía con él, y con ello, ir a esperarles al aeropuerto y llevarlos a cenar para celebrar su llegada.

Con tal cínica desfachatez, el castaño bostezó en señal de lo aburrido e hipócrita que se oía su suegro, obviamente, su padre lo vio. Empero, éste comenzó a reír de una cara fastidiosa que su unigénito le dedicaba a su pariente político.

No obstante, en cuanto Gerald se giró para mirar a Terrence, éste sonrió para fingir también y decir:

— Lo siento —. Seguidamente, el yerno aseveraba honesto y sosteniéndole una firme mirada al suegro: — pero la verdad es que... nuestro deseo primordial era llegar a casa para ver a nuestro hijo.

Ante la pedrada, Walker no pudo pelear, y el menor de los Grandchester, —acomodándose su gorra con cierta arrogancia y sin esperar contestación—, se alejó de él para ir a detenerse donde estaba su bola.

En frente de ella, el jugador se irguió, se relajó, miró su objetivo blanco; y manteniendo el equilibrio total de su cuerpo, ejecutó su buen swing, haciéndole llevar con ello, verdadera ventaja sobre los dos hombres mayores.

Mientras tanto y por su lado, Candice, vistiendo todavía su bata de dormir, sentada, ocupando uno de los 8 lugares que conformaban el comedor en la casa de sus suegros, admiraba asombrada los vivarachos ojos de color azul, muy idénticos a los de su esposo, conforme daba sus alimentos, sentadito en su silla alta con pedestal, al pequeño Gulyad quien había resultado ser un real glotón.

Divertida, la rubia veía como el chiquitín peleaba por la cuchara. Cuando la joven Walker se la entregaba, lo que el niño hacía era, golpearla en el plato que contenía su papilla de frutas y lo salpicaba todo, haciendo que éste, se soltara a carcajadas porque bien sabía de su travesura.

Sin embargo, las lágrimas traicionaron nuevamente a Candice; y es que ¡cómo se recriminaba! por haber dejado pasar valioso tiempo y perderse de los gestos hermosos y felices que su hijo le regalaba en esos momentos, además de que la noche anterior, también se la había pasado en insomnio sólo contemplándolos dormir a él y a su padre.

— Mis dos grandes amores — Nina había dicho depositando, en cada uno de ellos: un beso.

Eleanor, la cual salía de su habitación llevando consigo uno de sus tantos medicamentos, al verla llorosa, conforme se acercaba a ella, la consolaba:

— Ya no te recrimines más, hija.

— Lo siento — se disculpó la joven rubia limpiándose el rostro, ya que había prometido a su esposo no hacerlo más. — Es que ¡es tan bello! que... — se excusó, mirando a su niño e intentando limpiarlo; — no sé cómo pude ser tan tonta y alejarlo de mí.

— No estabas preparada, eso es todo.

La dama se paró a un lado de la nuera. Pasando un brazo sobre un hombro, la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó. Candice apoyó su cabeza en un costado.

— Gracias por todo, Eleanor — dijo la rubia tomando la mano de la suegra y la besó con devoción. — Tan delicada que estás, y yo causándote estas molestias.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora