Capítulo 16 parte "b"

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Con lo que pareció haber sido una excelsa actuación, por supuesto, los amigos no dudaron en aplaudir a la esposa del castaño y felicitarlo a él, quien estaba en total shock y no les hacía caso, porque sólo la miraba a ella habiendo ya terminado la canción.

— ¡¿Dónde aprendiste a cantar?! ¡¿Quién fue tu maestro de canto?!

... eran las preguntas rápidas y sorprendidas de la misma Fanny mientras quitaba un micrófono y lo entregaba a alguien que ya lo pedía.

— No, nadie, en ningún lado. No sabía que podía hacerlo — dijo mentirosamente la rubia conforme bajaban del escenario y se dirigían a los demás amigos, los cuales ya estaban reunidos en la barra del bar.

— Oh my gosh! — expresó la prima. — ¡Qué modestia la tuya! ¿Sabes? Yo estudio para trabajar en una compañía de Broadway; y la verdad, en todo este tiempo, en mis clases de canto nunca he podido alcanzar la última nota del final que tú hiciste así como así —, la informante había chasqueado los dedos.

Candice no respondió debido a que sostenía miradas con el castaño. Éste ya se había puesto de pie; levantando ella un hombro y provocando la risa nerviosa de su esposo cual rápido la abrazó para decirle al oído:

— ¡Bien hecho, Nina! ¡Felicidades!

— Gracias — apreció ella.

Terrence, como recompensa, le iba a dar un beso; empero, los demás amigos los interrumpieron para halagarle a la rubia su participación. A modo de festejo pidieron otra ronda de cervezas, y el castaño decía:

— Para nosotros no. Nos marchamos ya.

Ninguno de los presentes puso objeción ya que todos debían trabajar al siguiente día.

Después de despedirse y abrigarse, los dos salieron del lugar, pidiendo afuera Candice siguieran paseando por la ciudad y aprovechando que había luna llena y hacía frío también.

Sin embargo, con lo arropados que iban, además los cálidos y fuertes brazos de él, ella no lo sentía tanto. Por lo mismo, Terrence la complació, así como ella lo había dejado complacido a él, y caminaron hacia las principales avenidas.

Sobre de ellas, se detuvieron en varios almacenes para observar los decorados de las próximas festividades.

Así, continuaron cuadras más; y casi al llegar a la Calle 49 divisaron al oeste el Centro Rockefeller y caminaron hacia donde estaba la pista de patinaje que ya había abierto sus puertas.

— ¿Sabes patinar? — la rubia preguntó al castaño, en lo que seguían cómodamente abrazados.

— ¡Seguro! — respondió él.

— ¿Podemos? — pidió ella con emoción.

— Si gustas — contestó Terrence no sonando muy convencido que digamos.

En cambio, Candice deshaciéndose del abrazo, lo tomó de la mano y lo jaló hacia aquella área señalada.

Primero, observaron y notaron que no estaba muy concurrido. Luego, ubicaron las casetas de pago. Fueron allá y adquirieron sus entradas para descender y entregar una identificación. A cambio de sus zapatos recibieron sus respectivos patines y un boleto de reclamo.

Con ilusión, Candice estaba más que lista en espera de su compañero, el cual batallaba con las agujetas de aquel calzado para el hielo. Un segundo después de finalizado, sólo la miraba porque no se levantaba de su lugar.

— ¿Listo?

— Sí, ve tú primero — él indicó; y la rubia obedeció e ingresó al ruedo.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora