Capítulo 9 parte "a"

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NUEVA YORK, Viernes 30 de Agosto/1996

Después del rechazo de su esposa, Grandchester salió de casa hecho un demonio. Para sacar su impotencia, se dirigió al gimnasio y allá, —sin protegerse los puños—, fue directo a darle, con toda su rabia contenida, al pobre saco de boxeo no importándole lesionarse las manos ni las muñecas. Lo único que él quería era desquitar en algo su molesta frustración.

Dados varios certeros golpes y sintiéndose más tranquilo, el castaño salió de nuevo; pero en el camino se topó con el ingeniero Cornwall, quien de inmediato comprendió que algo había pasado.

Por supuesto, Terrence ignoró su presencia e ingresó a la casa para dirigirse al despacho.

En ello y en eso, él estaba por cerrar la puerta cuando vio a Eliza levantando la botella vacía que había dejado en el suelo.

La presencia de aquella hubo sido motivo suficiente para que el castaño se diera la media vuelta y nuevamente saliera, encontrándose con su esposa a medio camino, y ¡obvio! no dudando en mirarla despectivamente cuando ella iba al encuentro del moreno.

. . . . . . . . . .

Para sábado y domingo... Candice seguía pensando que Terrence no sólo se había entretenido con Eliza, sino que había ido en busca de Susana, cuando la verdad era que... el castaño se fue a encerrar a su departamento que tenía en la Sexta Avenida.

Ahí, él se la había pasado revisando unas cajas que habían llegado de la compañía de su padre desde Los Ángeles, California. Cajas en las que encontró un folder que le llamó tremendamente la atención.

Lo malo fue que, si el humor de Terrence de por sí ya estaba gris, con lo descubierto se le pintó de colores de lo enfurecido que se puso.

Además, él seguía pensando que su esposa estaba muy contenta "living, la vida loca" a lado de su amigo el astronauta; cuando en sí, el moreno ya se había ido de la ciudad, siendo la cena del viernes pasado la despedida entre los dos dizque amigos.

Por consiguiente, el lunes 3 de septiembre, previo a ir a su consulta con el doctor Albert Andrew, Candice tendría un pequeño altercado con su marido.

Debido a que ella no pudo concluir una negociación donde se necesitaría un buen de capital, fue a exigírselo al castaño creyendo que él sería la pronta solución a su problema.

— ¡Quiero esta cantidad de dinero para dentro de dos horas! — hubo sido la prepotente orden de la rubia, la cual una vez más, se hubo colado en la oficina de su esposo sin anunciarse.

Terrence tomó el papel que aquella groseramente le aventara sobre el escritorio. Y al ver el monto...

— Imposible — él respondió simplemente y devolviéndole el papel del mismo modo.

— ¡¿Qué dijiste?! — la joven no sólo se extrañó de la responsiva negativa sino que hubo alterado la voz. Por ende...

— Im po si ble — el castaño hubo repetido en sílabas, como si estuviera tratando con persona no sana. — Además, ¿para qué quieres esta exagerada cantidad de dinero? — preguntó un tanto molesto.

— ¡Eso no te incumbe! — contestó ella con grosería. — Así que... ¡autorízalo! — Candice demandó chasqueándole los dedos.

Posteriormente, ella pretendió darse la vuelta y dejarlo como si nada; sin embargo, ésta vez le falló a la rubia, porque el castaño no estaba en su mejor punto de cocción.

— ¡Un momento, Candice! — Terrence alteró gravemente la voz; y con eso, la hizo detenerse.

Aquella se giró para encontrarse con él que ya estaba de pie y comenzaba a caminar a su encuentro.

Castillo de MentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora