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Primera parte: Drake
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Capítulo primero
De un alma inocente y un cobarde


¿Cómo comenzó todo? Sería muy difícil decirlo, ¿sabes? No es como que el caos pueda definirse, ya hice a todo el mundo saberlo. Pero sí recuerdo el día en que nuestra vida empezó a girar; y no, no fue aquel cliché giro de trescientos sesenta grados narrado en cientos y cientos de obras. Fue más parecido al de la tierra: lento, progresivo día con día, pero significativo.

Más significativo de lo que hubiera querido.

Conozco esta historia más de lo que llegaré a conocer a mi propia persona algún día. La siento muy mía. Demasiado, aunque no me considero el protagonista de la misma. ¿Quién soy? ¿Cuál es la necesidad de etiquetar todo? Eso no interesa. Por ahora sólo puedo limitarme a decirte que estuve ahí. Lo que no llegué a presenciar, me consta de fuentes confiables. Así que confía en mí, déjame contarte todas las perspectivas de hechos que marcaron a sus involucrados de por vida.

El veintinueve de agosto de dos mil dieciséis fue el día que marcó un antes y un después.

Era el regreso a clases de la academia de artes Belcourt, como era la costumbre, después de un cortísimo período de vacaciones de verano y muchísimo antes que el resto de quienes seguían en edad escolar.

Para Drake y Ares Stone no supuso un enorme esfuerzo levantarse a la hora que debían hacerlo ("increíblemente antes que el sol", como les gustaba decir, siendo en en realidad las cuatro y treinta de la madrugada), pues no habían tenido un descanso en ese aspecto durante el período vacacional. A diferencia de sus hermanos, no se quedaron en Miami, pero no salieron precisamente a vacacionar. Estuvieron en Nueva York trabajando con Versace como modelos de todos sus próximos lanzamientos de al menos, los siguientes diez meses. Fue una locura, como sus seguidores calificaron después de que pudieran comunicar el trabajo gigantesco que realizaron con la marca hacía apenas dos días. Además de otros trabajos que surgieron con otras marcas, pero nada tan grande o al nivel de Versace.

-¡Arriba, niña! ¡Toca volver al cielo!

Para cualquier persona, eso significaba Belcourt. Era el sueño de muchos jóvenes artistas, dejar de lado aquéllas materias que, en su mayoría, a estos iluminados seres se les dificulta o difieren de ellas, porque simplemente preferirían dedicar su tiempo a las artes. Era algo casi inalcanzable, las audiciones eran a nivel internacional y eran muy pocos los admitidos, así como también eran aún menos los que decidían seguir.

Belcourt era muy duro. Exigente y desgastante tanto física como mentalmente. Nadie sabía tanto lo que era sangre, sudor y lágrimas como sus estudiantes, y no sólo eso, quizá hasta la vida entera. Eso era en la menor medida posible, lo mínimo requerido para estar ahí. Porque estar ahí y subir de categoría era otra cosa. Portar un uniforme con detalles plateados era de admirarse, pero portar uno dorado, era la gloria. Solamente doce de toda la Academia podían hacerlo, e implicaba muchas cosas. Se les consideraba importantes, especiales.

Y muchas veces se ha dicho, e incluso tengo tatuado, que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Pero en este caso, en el de la clase Master de Belcourt, cambiaría la palabra responsabilidad por sacrificio.

Era difícil, pero en la misma medida gratificante. ¿O no?

Esa pregunta resonaría en mi ser por los siglos de los siglos.

-Al infierno, querrás decir- murmuró la chica, quitándose de la cara el cabello rubio, para después percatarse de que su hermano se había lanzado sobre ella.

Por más que Ares quisiera empujar a su hermano mayor, jamás se lo iba a quitar de encima. Ella era delgada, o mejor dicho, muy delgada considerando que casi llegaba al metro y setenta y su peso ni de locos se acercaba a eso. Mientras que Drake, ademas de sacarle todavía quince centímetros, siempre había gustado de la actividad física y eso se veía reflejado.

Phantasy // COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora