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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

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Se levantó con la cabeza metida en un libro, para luego ver el corto rastro saliva que dejó. Hizo una mueca de asco, y limpió su mentón con la manga de su suéter. Sabía que era mala idea estudiar con sueño.

Al sentarse en la cama y tomar el teléfono de la mesa de noche se dio cuenta que ya eran pasadas la medianoche, lo que significaba que era viernes, el inicio de los exámenes finales. La peor semana para cualquier adolescente en su último año de secundaria.

Lo único bueno de todo esto era que tendrían una feria de carreras la siguiente semana, luego se eso seguía el cierre de las actividades extracurriculares (los equipos de deporte, talleres de música y teatro), después la semana de entrega de notas y finalmente el baile junto con la graduación. Solo quedaban tres semanas para que todo este sufrimiento acabara y no podía estar más feliz por eso.

Para serse sincero, se encontraba realmente relajado. Sabía que sus promedios eran (la mayoría) perfectos y no se encontraba en alguna clase de riesgo para ir a la escuela de verano o repetir asignaturas. Tenía sus proyectos hechos y se sentía, por primera vez, emocionado por comenzar la semana de exámenes.

Se puso de pie, listo para quitar los libros que se encontraban regados sobre su cama y poder dormir, pero el sonido que vino de su ventana hizo que llevara la atención a ella. La habitación del frente se encontraba con las luces prendidas, desordenada (más de lo normal) y con un chico de cabellos rojos, caminando de un lado al otro. Eso no se veía bien.

La última vez que tuvo una verdadera conversación con Michael fue el domingo, en aquel restaurante al que fueron a tomar batidos. Luego de eso, parecía que algo cambió, justo en el momento que creyó que todo estaba comenzando a ir bien.

No lo vio o cruzó palabras con él en la escuela. Encontraba sus llamativos cabellos, algunas veces, en la cafetería o los pasillos, pero cada vez que intentaba acercársele cambiaba de dirección o salía del lugar. Intentó no prestarle atención a ello, porque sabía que posiblemente se encontrara igual de estresado que el 90% de los estudiantes por los exámenes, pero no podía evitar sentir que algo andaba mal.

Intentó apartar la mirada de la ventana, porque sabía que estaba mal espiar a tus vecinos, pero cuando escuchó otro ruido provenir de ella, supo que debía asegurarse que tuvo estuviese bien. Se asomó por la ventana, sacando ligeramente su cabeza, para luego mirar directamente hacia la otra habitación.

Lo primero que se encontró fue con unos cuantos libros regados en el piso, para luego darse cuenta que el chico de enfrente tenía lágrimas en sus hinchados ojos, mientras tiraba diferentes libros al suelo, uno tras otro. Finalmente, él tomó asiento en su cama, para luego cubrir su rostro con las manos y soltar sollozos.

No pensó ni dos veces en sacar su cuerpo por la ventana, intentando imitar la acción que Michael hizo aquella vez cuando quiso entrar a su habitación. Le fue más fácil trasladar su cuerpo al árbol que se encontraba en medio de ambas casas debido a sus largas piernas, para luego sostenerse del marco de la ventana de en frente. Por suerte, esta se encontraba abierta, haciendo que un impulso pudiera ingresar.

Cayó en seco a la alfombra de la otra habitación, para luego encontrarse con unos ojos verdes llenos de lágrimas que lo veían. Pudo notar que las respiraciones del dueño de estos eran rápidas, casi inconsistentes, mientras sus manos hacían puños las sabanas y sus sollozos se hacían constantes. Rápidamente se puso de pie, para luego sostenerle las mejillas entre sus manos.

Leave Your Mark With Every Bite ☆ mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora