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CAPÍTULO CUATRO

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—¿Es chocolate? —preguntó, poniéndose de puntillas para poder ver el pastel que se encontraba sobre la mesa de la cocina. La mujer que se encontraba poniendo velas en este asintió con una sonrisa.

Antes de que pudiera pedir un trozo el sonido de los tacos de su madre resonaron en el piso de madera, haciendo que llevase la mirada hacia ella. En sus manos tenía diferentes gorritos de fiesta, mientras que iba hacia el refrigerador. Asomó la cabeza de este una vez tuvo una botella de licor en la mano, para luego levantar una ceja. Sus ojos azules fueron en su dirección y luego sonrió para acercarse a su lado.

—Creí que tu sabor favorito era la fresa —dijo ella, mirando el pastel cuidadosamente.

—Pero, el sabor favorito de Michael es el chocolate —su madre lo miró sorprendida ante sus palabras, haciendo que sintiera sus mejillas sonrojarse ligeramente —. Él me dijo que nunca fue a una fiesta de cumpleaños y bueno...

—Oh, hijo, es dulce de tu parte —la mujer revolvió sus cabellos, con una sonrisa en el rostro —. Michael tiene suerte de tenerte de amigo —esas fueron las últimas palabras de su madre para luego retirarse e ir hacia de dónde venía el sonido de las risas y música.

Cada año sus padres organizaban esta pequeña fiesta con personas cercanas a su familia por su cumpleaños, donde podía invitar a unos cuantos amigos y comer caramelos sin que tuviera restricción.

Invitó a unos cuantos niños con los que se hizo amigo luego del primer año en la nueva escuela, poco después de lograr ingresar al equipo de natación. Su timidez se fue luego de su primer año en la nueva ciudad, dándole la oportunidad de poder mejorar en sus calificaciones y su técnica en el agua con la nueva confianza que adquirió. Podría decir, que el cambió de ambiente lo ayudó.

Estaba feliz, tenía nuevos amigos, que lo esperaban en el jardín trasero, mientras contaban los minutos para que fuera la hora de partir el pastel. Todo estaba saliendo bien, pero había algo que faltaba.

Michael.

Él era la única persona que estuvo esperando en todo el día. El mismo que chico con el que llevaba viéndose todo un año luego de clases o a través de la ventana de su habitación. Cuando se veían él intentaba enseñarle a jugar videojuegos con esa nueva consola que le dieron por su cumpleaños número doce. O, simplemente se la pasaban viendo películas, esperando a que uno de los dos se durmiera primero. Había días que no podían verse, cuando tenía demasiadas tareas o Michael tenía clases en las tardes, por lo que salían pasarse aviones de papel a través de la ventana de sus habitaciones, con tontas notas que los hacían reír.

Ese chico se convirtió en el amigo que nunca creyó que tendría cuando se mudó. Era mucho mejor que los amigos que dejó en su otra ciudad. Michael era... Michael. Alguien con quien podía hablar cosas sin sentido, quien siempre lo dejaba ganar en esos tontos videojuegos (aunque no quisiera admitirlo) y quien podía pasar horas riéndose sin parar. Estaba seguro de que nunca antes tuvo un amigo como él.

Y, ahora, no estaba. Le estuvo rogando demasiado porque asistiera a su cumpleaños, pero su respuesta siempre era la misma. Él decía no ser bueno lidiando con un gran grupo de personas y que no quería ser el causante de que su cumpleaños se arruinara. Le costó demasiado convencerlo para que viniera, y luego de como una hora de lamentos, Michael aceptó.

Pero, había pasado una hora desde que su fiesta comenzó y no había rastro del chico de ojos verdes. Estaba ligeramente decepcionado.

Soltó un suspiro, dándose por vencido y listo para volver al jardín trasero, pero la voz de su padre llamándolo hizo que se detuviera. Él le hizo una seña para que se acercara, hasta llegar a su lado. Junto a su padre se encontraba un señor alto con traje, y al lado de este estaba una niña, con cabello negro y un vestido rosado que combinaba con sus zapatillas. Hizo una mueca. No se suponía que niñas vinieran a su cumpleaños.

Leave Your Mark With Every Bite ☆ mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora