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CUARENTA Y DOS

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Sentía la conocida presión en sus pulmones, mientras su cuerpo se impulsaba hacia adelante y sus brazos se encontraban estirados. No podía ver con claridad y sus oídos zumbaban, pero eso no era algo que lo estuviera molestando.

Se sentía cómodo. De nuevo, toda esa adrenalina a la que estaba acostumbrado desde niño había vuelto, encendiendo una clase de chispa dentro suyo, que creyó que nunca volvería. Solo quería seguir, vencer a los demás, hasta a sí mismo; superarse. Puede que siempre se haya tratado de eso, demostrarle a todos que podía ser el mejor, porque lo era. O bueno, eso es algo que siempre quedaba en su cabeza cada vez que estaba en su lugar, antes que el agua se secara y sus inseguridades volvieran.

Ahora entendía porque siempre le gustó estar acá. Porque, en el agua, no tenía miedos. En este lugar era el mejor, podía vencer cualquier récord o persona.

En el agua no existía ese chico inseguro y con miedo de hablar en voz alta. Acá no tenía miedo de equivocarse, porque sabía que tenía un equipo completo cubriéndole la espalda. No dudaba de su inteligencia, porque todo era práctica, eran técnicas que sabía de memoria desde que era un niño.

En el agua era invencible.

Hasta que salía de ella, y todo volvía a la realidad.

—¡Excelente, Hemmings! —escuchó gritar al entrenador cuando su cabeza salió a la superficie y su mano tocó el otro extremo de la piscina. Se quitó las gafas, para poder el rostro del hombre que tenía una perfecta sonrisa en el rostro —. Lo hiciste bien.

—Creo que antes lo hacía mejor —dijo, no tan alto, con un tono de voz inseguro. Ahí estaban de nuevo, esas inseguridades —. ¿Y si solo logro defraudarlos? —miró hacia otro lado, en la otra zona de la piscina, donde los otros miembros del equipo se encontraban.

—No te presiones a ti mismo —sus ojos volvieron al entrenador, quien mostraba una amigable sonrisa. Asintió, para luego impulsar el cuerpo fuera del agua —. Estamos feliz que hayas regresado, Hemmings —fueron las últimas palabras que le dijo el hombre cuando salió del agua. Solo asintió, con una tímida sonrisa en el rostro. Cumplidos, algo con lo que hasta ahora no bueno.

Cogió una toalla del montón, para refregarse el cuerpo con esta, mientras caminaba en dirección a las gradas. Vio a Ashton caminar en dirección del entrenador, quien luego le dio una sonrisa que no tardó en regresar. Sabía que estaba feliz de que estuviera acá.

Sinceramente, también lo estaba. Jamás pensó en lo mucho que extrañó estar en el agua, con sus compañeros de equipo, hasta este momento. Saber que formaba parte de un grupo de personas que compartían la misma pasión por algo, lo hacía sentirse incluido. Le gustaba.

No lo tomen mal. Su grupo de amigos era perfecto, amaba pasar su tiempo libre con ellos, asistir a fiestas y pasar horas conversando de cosas sin sentido. Pero, estar con un grupo de personas que entendían lo que se sentía estar en el agua, que sabían la sensación de libertad que invadía su cuerpo y que compartían un mismo sentimiento por un deporte, era algo increíble. Amaba a su equipo, pero sabía que ellos nunca se compararían a sus amigos.

Subió las gradas, con la húmeda toalla cubriendo sus hombros, para luego tomar a siento al lado de la pelinegra que traía una perfecta sonrisa en el rostro. Ella se veía distraída (algo que era demasiado común), solo que esta vez sus ojos estaban puestos sobre un chico de cabello rubio, que de vez en cuando también miraba en su dirección y le dedicaba una sonrisa. Sí, Sara se había enamorado, de nuevo.

Leave Your Mark With Every Bite ☆ mukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora