Capítulo 42. No llames a la muerte

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Dara y yo estábamos parados sobre un edificio, a pesar de todas las advertencias de Tamirá, tomé la decisión de venir hasta aquí, porque estaba seguro que, muy en el fondo de que no debo dejar a Dara actuar sola.

Comprendo que hay dolor en ella, como comprendo que lo que pase entre nosotros, puede empeorar las cosas por el simple hecho de que la chica no puede ser madura, y para ser honesto, esperaba mucho de ella.

Supongo que el hecho de ver como su amigo la trata como su fuera una extraña la afecta, pero al fin y al cabo fue ella quien se lo buscó, yo simplemente puse los límites que ella me obligó a inventar.

Lo peor, es que en verdad me cuesta y mucho estar cerca de ella, porque no puedo negar que su energía me ciega, a veces siento como si ella fuera mi mundo, tengo ganas de arrancar mi corazón  y entregárselo, pero es como una especie de impulso que se hace cenizas cuando me soy cuenta que esto se hace tan visceral, y no es profundo.

Si bien, tambien me siento ciego ante Zafiro, la diferencia está en que con ella, siento que tengo ganas de vivir, y de estar a su lado, y ser parte de su vida, estar, respirar y tomar todo lo que me haga sentir que soy suyo y ella mía.

Respiro profundo, para recordarme que lo de Dara es energía, y que debo ser el doble de cuidadoso para no caer en la dulce trampa de la tentación pintada por la codicia.

—¿En qué piensas?—Dara  tiene las manos delante de ella y está formando un gran círculo con su energía, increíblemente cuando yo estoy purifica más almas que cuando no estoy.

—Nada en específico

—Se te da natural mentir...—me observa y sus ojos se detienen en los míos, con un tinte de tristeza y otro de odio.

—Las mentiras son parte importante de las estrategias Dara, y si digo que pienso en nada en específico, es porque estoy saltando de un hilo a otro intentando unir lo que la oscuridad me ofrece.

—¿No piensas en Zafiro entonces?

—Sí... y no.

—Ojalá nunca hubiera aparecido...

Me cruzo de brazos cuando la oigo decir eso, y dejo ir mis ojos hasta unos niños que estaban jugando en la esquina, ellos se ven felices, jugando, bailando, corriendo.

Pensé en las palabras de Dara, cerré los ojos por un segundo y a mis oídos llegaron las risas de los chicos. La brisa acarició mi piel, y el sonido de su energía recorriendo el aire me trajo la música de alguna historia no contada, de un dolor vivido, de una ilusión perdida.

¿Era Zafiro la culpable de su desgracia?

Pensé una y otra vez, buscando la respuesta, recorrí mis días pasados con mi mejor amiga... para darme cuenta que no, no era Zafiro.

—Dara, con o sin Zafiro aquí, tu y yo, no iba a más, y estoy seguro que lo sabes.

—Supongo que siempre buscamos a los culpables de nuestras desgracias.

Dará siguió mirando hacia donde yo lo hacía, por un segundo todo era paz de nuestro lado, y risas de hacia los niños.

Estaba hipnotizado por la normalidad, y por la forma en que Dara formaba aquella rocas de almas, tan perfectas, tan grandes tan poderosas.

Esa chica no se da cuenta que está salvando a tanta gente, con tan sólo mirar, no se da cuenta que su poder está destruyendo oscuridad, pero ella sólo se preocupa por un amor que no da, ni dio.

La oscuridad comenzaba a caer, el cielo naranja se hacía negro, mientras las aves cantaban, yendo hacia la costanera, sus gorgoteos hacían que mi alma trajeran recuerdos de mi niñez cuando la vida se reducía a los pasteles de mamá y las clases de piano.

El Sol y el Universo [Libro 5]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora