Capítulo 53

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Pasaron un par de días, en donde todo seguía igual. Mamá estuvo un poco distante, pero trato de no preocuparme demasiado. Ayer Darren me recogió del trabajo y estuvimos en mi casa toda la tarde, cenamos con mamá y papá.

Hoy es mi día libre, papá está en el trabajo, mi grupo de amigos se reunirán para estudiar y preferí quedarme en casa con mamá.

—¿Saldrás? —me pregunta al verme salir de mi habitación.

—Venía a ver qué hacías, no saldré.

—Yo quiero salir, pero no sé si quisieras ir conmigo —me mira dudosa.

—Claro, vamos. —le sonrio, pero ella no me devuelve el gesto.

Siendo las 4 de la tarde, el día está muy gris, mamá tiene la mirada perdida e insistió en ir caminando.

—No está tan lejos —dice luego de diez minutos de caminata— si no tienes ganas, puedes regresar a casa.

—Si quiero ir contigo, pero no me dices a donde vamos —me quejo.

Pasan otros diez minutos en la caminata silenciosa, hasta llegar a un pequeño parque. Hay unos cuantos niños jugando en los columpios, el ambiente alegre y acogedor. Nos sentamos en la banca más alejada de todo, mis piernas parecen tomar vida propia y se mueven inquietas esperando a que mamá diga algo.

Ella solo mira a los niños jugar y sonríe.

—Si conocía el parque, pero no me había tomado la libertad de apreciarlo como ahora —digo rompiendo el silencio.

—¿Recuerdas las tardes en donde desaparecía y llegaba muy tarde? —asiento cuando voltea a verme— siempre he venido aquí, además de estar en casa de Lorena. Este es uno de mis lugares favoritos, tanto como a ti te gusta la playa.

—¿Cómo sabes eso?

—Conozco a mi hija —sonríe— la playa es un lindo lugar, pero aquí me siento mucho más cómoda.

—¿Por qué aquí? —pregunto luego de un largo silencio.

—Me relajo demasiado, mi mente se distrae en esos niños jugando —suspira— a veces cuando no hay nadie suelo gritar y sacar todo lo que llevo dentro. —se le llenan los ojos de lágrimas.

—No lo sabía y me siento culpable de no prestar atención —susurro.

—No es tu culpa, a tu edad también vivía en mi mundo y creía que se iba a acabar si no hacia algunas cosas —sonríe con los ojos aún inundados de lágrimas— pero no te voy a negar que muchas veces deseé que se acabara.

—¿Y quién no? —tomo sus manos.

—De camino aquí, me he planteado seriamente el contarte el porqué de mi actitud.

—Eso lo sé, por la depresión y que no querías que lo sepa.

—Me refiero a porqué caí en depresión —se encoge de hombros— hay muchos puntos, pero unos más difíciles que otros.

—Si no quieres hablar de ello, no importa —digo al notar que las lágrimas se deslizan por su rostro.

—Te traje aquí para eso, hija. —posa una de sus manos en mi mejilla— tuve una infancia difícil, tus abuelos se lo pasaban discutiendo y siempre me he sentido sola.

—No se que decirte.

—Tranquila, eso no es lo peor, los padres suelen discutir en algún momento —se encoje de hombros.

—Mamá, si no te sientes bien, podemos regresar a casa.

-Mi niña, siempre te he cuidado como he podido y dentro de todo, me he asegurado de que nadie se aproveche de ti. Como lo hicieron conmigo a los 6 años —solloza— abusaron de mi y nunca creí que podría hablar de eso con alguien.

—Pero mamá —siento como un balde de agua fría cae sobre mi cabeza y me empapa por completo, mamá está llorando y yo me uno a ella en un abrazo.

—Aun no termino —dice alejándose de mi— cuando creí que tu papá había muerto, sentí que ya no quería seguir en este mundo, debo admitir que en estos días también lo he pensado con su regreso, porque siento que ya no me necesitan.

—Eso no es cierto.

—Espera, déjame terminar —me interrumpe— la única persona que me dio fuerza para seguir luchando fuiste tú, porque cuando tu papá no estaba, sabía que no podía dejarte sola. A pesar de las discusiones y evitando que te acerques a mí, no quería dejarte sola.

»Y no quiero hacerlo, sigues siendo el motivo por el cual decido luchar día a día contra esta enfermedad, te juro que doy todo de mi para no perder la cordura, pero a veces... —suspira— es tan difícil. Y probablemente creas que es algo tonto.

—No, no es algo tonto. Luchas con tus batallas como puedes y aquí estoy para ayudarte —mis lágrimas no dejan de caer— se lo difícil que es convivir con esto, nunca me importaron los problemas mentales, he vivido en la ignorancia toda mi vida y lo lamento.

—Tranquila —seca mis lágrimas con un pañuelo— nos tenemos la una a la otra y ahora que tu papá está aquí, también tenemos su apoyo.

—El de Lorena, Stephen, junto a todas nuestras amistades. Pero a veces quiero estar completamente sola.

—Lo sé, tengo esos días —sonríe— por eso vengo aquí, a respirar aire fresco y tratar de despejar la mente. Gracias por apoyarme en todo lo que has podido, en hacer lo posible por recibir ayuda profesional y estar dispuesta a recibirla tú también.

—Antes creí que era algo tonto el que yo vaya, pero me di cuenta que también la necesitaba. Los ataques de pánico, la ansiedad y los repentinos cambios de humor lo pedían a gritos.

—Gracias por acompañarme —me abraza.

—Gracias a ti, por ser capaz de mirar al pasado y contarme todo lo que te ha venido atormentando desde que eras una niña.

Pasamos cerca de dos horas en ese parque, niños y niñas corriendo. Adolescentes en su primera cita y muchas cosas que nos hicieron olvidar por un momento nuestros problemas.

Al llegar a casa, después de la cena en familia y a la hora de ir a dormir, mi cabeza es un dilema. Los pensamientos que tenía sobre mi madre han ido cambiando con el paso de los meses y con lo de hoy... Me hace llorar de solo recordarlo y es muy frustrante el no haberlo sabido antes.

Aquella noche no pude dormir muy bien, me lo pasé escuchando música y probablemente me fumé una cajetilla entera de cigarros. Los siguientes dos días no quise ver a nadie, pero el trabajo no me lo permitió. Vi a mis amigos en la biblioteca, pero el celular lo mantuve apagado al llegar a casa. Solo pasaba tiempo con mamá, lo único que hice fue llorar sin control.

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