01.- Tengamos la fiesta en paz

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- Luisita hija, ¿te queda mucho?

- Un poco – gritó desde su habitación.

- Pues date prisa, que siempre eres la última – voceó también desde el salón, de pie impaciente.

- Igual si no hubiera estado dando las comidas del bar habría terminado antes – espetó al llegar donde se encontraban sus padres.

- Dejad de discutir de una vez y terminad, que vamos a llegar tardísimo – intervino Manolita tratando de poner paz entre su marido y su hija.

La familia Ordóñez-Eguía les esperaba para la cena en su casa. Armando, el padre de familia, se había prejubilado como empleado de banca y había decidido celebrar esa jubilación anticipada por todo lo alto, pasando el fin de semana en la casa que tenían en un pequeño pueblo cercano a Zaragoza de donde era originario, junto a sus amigos íntimos y su familia.

- Es que no sé por qué tengo que ir allí. No sé me ha perdido nada. Hace años que no voy y María y Manolín se pueden quedar aquí – protestó enfadada.

- Tu hermana tiene un bar que atender y tu hermano se queda porque tiene exámenes la semana que viene y así ayuda al abuelo – contestó su madre.

- Pues me quedo yo ayudando al abuelo los días que me ha dado María y Manolín tiene más tiempo para estudiar.

- Claro y no sales de casa. Tú vienes y punto – sentenció Marcelino.

- Luisi hija, si va a estar Mateo con la novia, sus hermanas,... Cariño, te viene bien desconectar un poco de tanto bar – expresó su madre provocando un bufido en la rubia.

- Pero yo me voy con la moto y así puedo salir a dar una vuelta.

- Luisita hija, vamos en el coche los tres y si quieres lo coges y ya está – señaló su padre tratando de quitarle la idea de la cabeza.

- Marce, déjala, si quiere ir con la moto... – susurró Manolita. – Pero ten mucho cuidado hija. Vas delante o detrás de nosotros, pero nada de correr o tumbarte en las curvas, que te conozco.

- Que no... – pronunció rodando los ojos.

- ¡Luisita! – la regañó Marce.

- Ay, que no papá. Que voy a ir bien.

- ¿Has terminado ya la maleta? Me ha dicho Julia que llevemos bañador, que tienen la piscina preparada ya.

- Sí, me había avisado Mateo por Whatsapp también.

- Pues ale, si ya tenemos todo, vamos que nos vamos que nos estamos yendo.

Más de trescientos kilómetros y casi tres horas y media separaban la Plaza de los Frutos del pueblo de Ordóñez, por lo que, si no se ponían en marcha ya, llegarían a unas horas poco razonables para cenar.

*****

A pesar de la promesa que había hecho a sus padres, Luisita había aprovechado el atasco de salida que había en la A-2 para zigzaguear entre los coches y adelantar por el arcén, distanciándose unos kilómetros del vehículo familiar en el que iban Marcelino y Manolita, que tampoco quería llamarla por teléfono para evitar que se distrajera.

- Es que lo sabía Manuela, lo sabía. Como si no conociera a esta niña – se quejaba el hombre alternando el pie derecho entre el pedal del acelerador y el del freno.

- Marce, no te pongas así. Hay un poco de atasco y se ha adelantado. Seguro que más adelante nos espera – trató de calmar a su marido.

- Se va a enterar cuando lleguemos.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora