68.- ¡Paquita, por favor!

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La sobremesa estaba siendo distendida como siempre que se juntaban las tres, aunque cada vez fuera con menos frecuencia. En los últimos años, el día de Reyes comían en un restaurante, olvidándose de cocinar, y después, cualquier plan era bienvenido: café y alguna que otra copa, juegos de mesa o película tranquilamente en casa hasta la hora de cenar. Estar con su madre y su tía valía más que cualquier regalo material.

- Hija, por lo menos coge el dinero - insistió Paquita después de ofrecerle distintas alternativas, rechazadas todas ellas por Amelia mientras esperaban los digestivos tras el café.

- Que no tía, que no hace falta, de verdad.

- Para el tren, que te estás dejando medio sueldo yendo y viniendo, y seguro que te viene muy bien - continuó la mujer. - O para que te compres lo que te dé la gana o salgáis a cenar o lo guardas, pero no le hagas este feo a tu tía, Amelia - la morena rio por la regañina que le había echado en un momento la hermana de su madre.

- Hacemos un trato - pensó de repente.

- A ver. Tú y tus ideas de bombero retirado - la interrumpió.

- Cuando haga mejor tiempo y se haga de noche más tarde vamos las tres a Madrid y lo pagas tú, ¿te parece bien? - le sugirió al tiempo que el camarero que les había atendido durante toda la comida dejaba tres vasos de chupito sobre la mesa y una pequeña botella de crema de orujo para que se sirvieran ellas mismas.

- Pero te encargas tú de organizar todo, que como lo tenga que hacer yo no llegamos ni a Delicias - rio.

- No te preocupes, que yo busco alojamiento y todo.

- Ay, qué ilusión Devo - expresó Paquita emocionada llevándose las manos al pecho.

- La de años que hace que no voy a Madrid... Aunque seguro que está todo igual - declaró la madre de Amelia.

- Ya nos estoy viendo como en las películas de Paco Martínez Soria - dos paletas de pueblo en la capital, asombradas por todo lo que hay, los edificios, la gente moderna,...

- ¡¡Anda ya!! - exclamó la morena entre risas.

- Hija, aunque vivas en el pueblo tú estás hecha a la ciudad porque eres joven y te manejas allí pero a nosotras no nos puedes perder de vista ni dejar solas que aparecemos no sé dónde - participó Devoción.

- Ya investigaré yo en eso del más por si acaso - intervino su tía con su vaso en la mano para dar un primer sorbo.

- ¿El qué? - preguntó Amelia sin comprender a qué se refería Paquita.

- En el teléfono.

- Paqui, tú ten cuidado con esas cosas de los teléfonos, que no sabes con quién hablas, a ver si va a ser peor el remedio que la enfermedad - expresó su madre desconfiando de las nuevas tecnologías. - Deja a Amelia, que ella sabe.

- Que no, Devoción - dijo sacudiendo con la mano. - Eso que te dice dónde estás, que puedes ver la ciudad o lo que quieras como si estuvieras allí pero en el teléfono - aclaró provocando que Amelia estallara en una carcajada y algunos comensales dirigieran su mirada hacia su mesa. - Mira como tu hija me ha entendido.

- Google Maps, sí - pronunció la morena aclarando todo el embrollo.

- Lo que yo decía, pero no entendéis mi acento. Gugle, no, gúguel maps - repitió corrigiéndose a sí misma remarcando todos y cada uno de los sonidos. - De no practicar se va olvidando cariño, como todo en la vida.

- Yo de estas modernidades no me acabo de fiar, que hablas de cualquier cosa y luego nada más que anuncios de eso - expresó Devoción. - Me fío más de las niñas, que ellas saben dónde nos llevan y se conocen los caminos - apuntó bebiendo de su vaso.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora