60.- Pucheros no valen

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Era el primer fin de semana con el alumbrado navideño encendido y en las calles del centro ya se notaba mayor cantidad de gente realizando las primeras compras y disfrutando de las luces, dando inicio a la época más mágica del año.

- ¿De dónde ha salido toda esta gente? – preguntó Amelia, poco habituada a las multitudes llegando a la zona comercial. – Sólo veo cabezas.

- Pues si te parece mucha gente esto, imagina el finde que viene con el puente. Mejor no acercarse al centro – comentó Luisita.

- Creía que lo del Rastro no se podía superar.

- Se puede, y menos mal que hemos bajado andando. El metro estos días es una lata de sardinas.

- Creo que prefiero pasar frío a morir asfixiada – rio la morena.

- Si te agobias, nos vamos – dijo la rubia con precaución mientras esperaban detrás de varias filas de personas a que el muñequito del semáforo se pusiera en verde para cruzar, metiendo sus manos junto a las de la morena dentro de los bolsillos de su chaqueta.

- No, no, sólo me sorprende la cantidad de gente que hay en Madrid a cualquier hora del día o de la noche, las prisas, el ruido,... Soy muy de pueblo – bromeó Amelia.

- Pero en Zaragoza también habrá mercado navideño y luces, ¿no? – interrogó Luisita.

- Sí, claro. En la Plaza del Pilar, pero mucho más pequeño. Allí ponen puestos con figuras para el belén, decoración, turrones y dulces,... – explicó su chica a la vez que la señal acústica que avisaba para poder cruzar al otro lado de la calle comenzaba a sonar. – Algún año he ido con mi madre a dar una vuelta, pero tampoco te creas que me llama mucho la atención. Aquí el ambiente es distinto, o será porque voy contigo – señaló dedicándole una sonrisa volviendo a caminar.

- Me gusta mucho la Navidad. La he vivido de manera muy especial desde que era pequeña – confesó con los ojos brillantes.

- Con la inocencia de no saber nada se vive de una manera. Cuando ya sabes la verdad de todo, pierde la magia – manifestó la morena.

- Yo creo que siempre queda algo de la ilusión del niño que llevamos dentro, supongo que porque en casa hemos intentado que sean fechas especiales, aunque mis hermanos y yo seamos mayores.

La Navidad siempre había sido una fecha señalada en casa de los Gómez y así lo había vivido la rubia desde que tenía uso de razón: el primer domingo de diciembre el Asturiano permanecía cerrado mientras toda la familia decoraba el árbol de navidad y después bajaban hasta el centro para ver Cortylandia, visitar los puestos de la Plaza Mayor y terminar la jornada tomando un chocolate con churros en una de las chocolaterías más famosas de la ciudad. Ahora, aunque los nietos eran ya mayores, intentaban continuar la tradición de pasar una tarde con el abuelo disfrutando del ambiente navideño de la capital pero esta vez Luisita se había adelantado a la tarde familiar con la morena.

Amelia hacía muchos años que no disfrutaba de esos días como cuando era pequeña y los nervios por descubrir los regalos de Papá Noel o los Reyes Magos le impedían dormir varias noches antes, pero le habían bastado unos minutos y el entusiasmo de la rubia para contagiarse del espíritu navideño que invadía todos los rincones.

Luisita no quería que su novia se fuera sin ver lo más típico y desviaron brevemente su camino para que la morena conociera la famosa fachada de los grandes almacenes, decorada en esta ocasión simulando una fábrica de juguetes, donde se agolpaban familias con los más pequeños de la casa en brazos o a hombros esperando que diera comienzo el espectáculo.

Tras ese pequeño cambio de ruta, retomaron sus pasos de la mano hacia la Plaza Mayor, siguiendo a la cantidad de gente que iba hacia el mismo lugar y que, una vez allí, se dispersaba por los diferentes pasillos formados por las casetas.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora