55.- Tú no roncas

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La tensión y el deseo que había entre ambas se podían palpar en el ambiente. Tras abonar la cuenta, cruzaron el hall para dirigirse a los ascensores y subir a la habitación.

- Amelia, para – le ordenó la rubia dando un paso hacia atrás.

- ¿Qué? – rio la morena.

- Que dejes de mirarme así.

- ¿Así cómo? – repreguntó.

- Así, como me miras – murmuró Luisita para evitar que los huéspedes del hotel que salían del ascensor escucharan.

- ¿Y cómo quieres que te mire? – demandó Amelia dentro del elevador. – No te haces una idea de las ganas que tengo de quitarte la camisa y ver lo que llevas debajo – le susurró al oído con un tono cargado de intención atrapándola entre su cuerpo y la pared del ascensor.

- ¡Pero si ya lo has visto!

- Lo mismo es, Luisita.

- Pues vas a tener que esperar, porque tienes que bajar a Meri y tienen que traernos la botella de champán. No creo que quieras que nos interrumpan – señaló la rubia intentando escaquearse.

- ¿Cómo que tengo? – enfatizó la primera persona del singular. – Tenemos, ¿no?

- Ah, no. Yo me quedo en la habitación por si tardas o suben antes o algo – se excusó saliendo del ascensor cuando las puertas se abrieron dejando a la morena atrás.

- Claro, por el frío que hace no, por si acaso, no vaya a ser... – pronunció.

- Claro, claro. Por eso es – dijo mostrando una sonrisa falsa.

- Qué morro tienes – Amelia negó con la cabeza. – No sabes tú ni nada – expresó pasando la tarjeta por el lector para abrir la puerta de la habitación.

- Cruza los dedos para que Mérida esté dormida – manifestó la rubia.

- Pues casi prefiero que no esté durmiendo y salir ahora a que nos despierte a las seis de la mañana.

- Ahí tenemos la respuesta – declaró Luisita al ver a la perra tumbada en su cama pero mirando en dirección a dónde estaban ellas.

- Hola, gordita – saludó al animal después de dejar sus cosas sobre la mesa. – Pareces a la abuela Devoción, que no se iba a dormir hasta que no volvía de fiesta.

- Eso debe ser cosa de madres, un gen que se desarrolla con el tiempo o algo así – dijo riendo la rubia.

- ¿Tu madre también? – Luisita asintió.

- Venga, que la bajo yo si quieres – cambió de idea agachándose a su lado para acariciar a Mérida también.

- Anda tonta, que no. La saco yo un segundo. Meri hace su último pis del día y yo me fumo el último piti, que me da cosa fumar en la terraza aunque se pueda. Quédate por si vienen – indicó enganchando la correa de Mérida a su collar. – Pero no empieces sin mí – habló desde la puerta apuntando con el dedo.

Luisita, en el tiempo que Amelia había bajado a la calle con la perra, retiró el nórdico hacia atrás y se sentó en la cama para echar un vistazo a las fotos que se habían hecho en los dos últimos días, en unas juntas, otras por separado, posando o robadas pero todas habían conseguido que su sonrisa no se borrara de su cara ni un instante.

- Hace más frío que en la comunión de Pingu – manifestó Amelia al regresar a la habitación frotándose las manos.

- Ven que te doy calor – pronunció Luisita abriendo sus brazos. – Tienes la nariz congelada – reveló frotando su espalda. – ¿Mejor?

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora