32.- Un besito

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Cogieron las tazas con las bebidas ya calientes y salieron de nuevo al porche, acomodándose en esta ocasión en el banco hecho con palets que estaba al otro lado de la mesa en la que habían comido.

Luisita se sentó con las piernas cruzadas sobre el banco, apoyándose en Amelia que tenía también una pierna subida en el asiento.

- Ahora me echaba una siestecita... – expresó la rubia después de expulsar el humo del tabaco.

- ¿Verdad? – reafirmó Amelia cogiendo el cigarro de entre los dedos de Luisita y llevándoselo a sus labios. – ¿Estás bien aquí? En el patio quiero decir, si no tienes frío.

- Sí, se está muy bien ahora mismo, ¿tú estás bien?

- ¿Eh? Sí, claro. Lo decía por tumbarnos un poquito aquí fuera.

- Por mí guay.

Siguieron en la misma posición algunos minutos más comentando cómo Mérida jugaba con su kong tratando de obtener su premio hasta que terminaron su café y té respectivamente.

- Dame la taza – pidió Amelia. – Voy a dejarlas en la cocina. Mientras túmbate en la hamaca pero no la dejes que suba – dijo en referencia a la perra.

- ¿Por? ¿Tampoco dejas que suba ahí o no aguanta el peso? – quiso saber la rubia.

- Porque si se sube ella no me deja hueco a mí – señaló como si no fuera algo evidente.

- ¿Pero va a aguantar? Que yo no me he tumbado nunca en una cosa de esas y menos dos personas – declaró haciendo reír a la morena. – No me fío mucho, la verdad.

- A Lourdes y a mí nos ha aguantado más de una vez, puedes estar tranquila.

Amelia llevó las dos tazas y aprovechó para poner en funcionamiento el lavavajillas. Al salir se encontró con Luisita sentada sobre la hamaca de tela sin haberse tumbado, lo que sacó una sonrisa a la morena.

- Veo que no te he convencido – pronunció rodeándola para tumbarse por el otro lado.

- Es que me daba un poco miedo por si me caía al tumbarme – murmuró de manera tímida.

- ¿Cómo te vas a caer? Espera, no te asustes – avisó antes de apoyarse encima de la tela. – Me tumbo yo primera y luego te echas tú, ¿sí?

- Vale.

La morena se sentó de espaldas a Luisita para poder tumbarse después.

- Venga, túmbate – dijo abriendo los brazos para que Luisita pudiera apoyar su cabeza sobre el pecho de Amelia. – ¿Estás a gusto? – demandó una vez que la rubia se había acomodado.

- Sí – afirmó pasando su brazo derecho por la cintura de la morena. – ¿Tú? ¿Te molesto? – Amelia negó con la cabeza dejando un beso sobre el pelo de la rubia al tiempo que empezaba a acariciar su brazo de manera rítmica. – La verdad es que no se está nada mal – expresó con los ojos cerrados.

- ¿A que no? Las noches de verano tumbada viendo las estrellas, con un cigarro,...

- Seguro que más de una vez te has despertado de madrugada aquí – apuntó Luisita.

- Sí, con frío, porque las noches por lo general suelen ser frescas.

- En Madrid no.

- No, ya lo he comprobado – rio. – Si saco una toalla o sábana para taparme un poco ya es peligroso – la rubia sonrió ante el comentario de Amelia.

La morena también había cerrado los ojos recordando todas esas noches de verano en las que, después de cenar algo ligero, se tumbaba tras haber puesto algo de música relajante en su teléfono móvil para observar las estrellas que dejaba ver la contaminación lumínica del pueblo e imaginó cómo sería compartir esos momentos con la rubia.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora