48.- ¿Negro o granate?

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Luisita agradeció la tregua que le había dado la lluvia para salir de casa a primera hora de la tarde y aprovechó ese ratito de sol que dejaban las cortas tardes de octubre, con los atardeceres cada día más pronto.

Tras haber visitado un par de gimnasios del barrio, al final se había decidido por el que le había comentado Miguel, uno no demasiado grande ya que tampoco necesitaba la mayoría de las máquinas que suele haber en esos lugares pero con un trato y seguimiento más personalizado.

Regresó a la plaza alargando el paseo, desviándose para pasar por el King's para ver a su hermana, que había dormido en casa de Nacho y desde el día anterior no se habían visto.

- ¡Hola! Me ha dicho Gus que estabas aquí liada – dijo Luisita entrando al despacho. – ¿Te ayudo con algo? – se ofreció para quitar trabajo a su hermana.

- No, no, tranquila. Estaba repasando la bebida que queda en el almacén y los pedidos que tienen que llegar en estos días antes del puente, por si tenía que añadir algo de última hora, pero creo que con lo que tenemos y lo que recibamos vamos bien.

- Siempre piensas que vas justa y después tenemos hasta mediados de noviembre – expresó la rubia.

- Luisi, más vale que sobre que no que falte, que si no hay no vendemos. Además, que no me gusta quedarme a cero de cualquier cosa – sentenció mientras su hermana se encogía de hombros. – ¿De dónde vienes? – se interesó al darse cuenta que la pequeña llevaba el bolso colgado.

- He bajado al gimnasio a apuntarme para empezar el mes que viene – respondió la rubia.

- Ah, qué bien. Tú tienes más fuerza de voluntad para ir por la mañana porque como tuviera que madrugar yo... ¿Al final vas al que te comentó Miguel?

- Sí. Está bien, cerca y no es caro. Además, que si no me gusta o me quiero dar de baja, no tengo permanencia.

- Como si fuera una compañía de teléfono.

- Lo mismo. Mery, ¿mañana haces algo por la mañana? – demandó Luisita.

- Pues sí. Iba a venir a hacer cosas aquí. Tengo un pedido que recibir y tenía que buscar unas facturas. Vas al médico para los puntos, ¿no? – recordó María.

- Sí, por eso, para que me acompañaras.

- ¿A qué hora es? – preguntó la mayor.

- A las once menos cuarto – dijo la rubia.

- Ufff. Me viene fatal, Luisi. El repartidor viene a partir de las diez. ¿Por qué no se lo dices a mamá? Que se escape un momento del despacho para que no vayas sola – apuntó María.

- Es que... había pensado que podíamos ir al centro a dar una vuelta, que quería comprarme algo – pronunció con timidez, jugueteando nerviosa con sus manos.

- Puedes ir con ella como otras veces. No creo que en el despacho le pongan muchos problemas.

- Ya, pero prefiero ir contigo porque quería comprarme un conjunto para la próxima vez que vea a Amelia, que me hace ilusión – confesó finalmente ruborizada.

- Claro, y con mamá...

- Pues no – declaró rápidamente. – Quería que vinieras para que me dieras tu opinión también y me ayudaras a elegir, y si te apetece, comemos por ahí, antes de abrir – manifestó con ojos suplicantes.

- A ver... – suspiró la mayor. – Podemos hacer una cosa: me escribes cuando salgas del médico y yo, en cuanto reciba el pedido, me bajo al centro, ¿sí?

- Vale – sonrió.

- ¿Habéis decidido ya dónde vais a ir? – se interesó María.

- Más o menos. Hemos visto varios sitios por el Pirineo que nos han gustado, pero en algunos no pone si admiten animales y Amelia les ha escrito para preguntar, porque queremos llevarnos a Mérida también – explicó Luisita.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora