24.- Puede ser otra

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Luisita necesitaba salir de la habitación. Necesitaba que la brisa del mar le diera en la cara, Necesitaba el sonido de las olas y graznido de las gaviotas. Necesitaba pasear descalza sobre la arena húmeda a la orilla del mar antes de que se llenase de niños haciendo castillos o jugando a las palas. Necesitaba ordenar sus pensamientos. Necesitaba sentarse y escucharse bien. Necesitaba valentía.

Llegó hasta el puerto pesquero donde apenas quedaban ya barcos esperando para salir a faenar y se sentó sobre las rocas del rompeolas que lo separaban de la playa con la mirada puesta sobre el horizonte.

Suponía que al día siguiente Amelia volvería a Zaragoza pero no sabía cómo enfrentarse a sus sentimientos, a sus dudas, a sus miedos y mucho menos a exponerlos ante la morena. ¿Ese "alguien" al que se había referido Amelia en su respuesta a la pregunta de Mateo era ella? Esa pregunta junto con el beso posterior que le había dado no había parado de dar vueltas en su cabeza en toda la noche. Se había besado también con Marina, más relajada, y era consciente que ninguna de las dos había sentido nada pero ¿Amelia tampoco había sentido nada cuando la rubia la besó? ¿Era eso lo que quería decirle cuando salió corriendo para vomitar hasta la primera papilla? ¿Lo contrario?

Por la noche, cuando regresaron a la habitación no había estado muy comunicativa por temor a que el alcohol le hiciera hablar más de lo que podía controlar y no quiso escuchar aquello que la morena le fuera a decir. Tampoco tardó mucho en meterse bajo las sábanas para evitar que fuera Amelia la que lo hiciera una vez que se recuperó y por la mañana, a pesar de ser bastante temprano para lo poco que había dormido, buscó una excusa creíble en su huida hacia adelante.

El ruido de las olas del mar chocando contra aquellas rocas constantemente le estaban dando la paz que buscaba para dar respuesta a preguntas que llevaba semanas evitando hacerse y asumir lo que hasta ese momento había intentado ignorar: se estaba enamorando de Amelia y ahora debía dejar sus miedos atrás y ser valiente para enfrentarse a ello antes de que fuera demasiado tarde.

Permaneció aún largos minutos sentada con los ojos cerrados escuchando relajada el sonido del mar hasta que consideró que debía regresar con sus amigos y hacer frente junto con sus miedos a sus sentimientos hacia la morena.

- Hola – Amelia recibió con una sonrisa a la rubia cuando llegó a su lado.

- Hola. ¿Te han dejado sola? – se interesó.

- Sí, acabo de salir hace un momento del agua y han ido ellos. ¿Qué tal te ha sentado el paseo? – demandó Amelia.

- Bien, bien, me ha venido muy bien. He llegado hasta el final de la playa y he estado viendo barquitos pesqueros, cómo cosían las redes,... Me ha parecido muy curioso – comentó dejando su mochila junto al resto y colgando la camiseta de una de las varillas de la sombrilla.

- ¿Cómo llevas la resaca? ¿Has comido algo? – preguntó siguiendo con la vista los movimientos de la rubia hasta que se sentó en una de las toallas que había sobre la arena.

- Sí, me he cogido un café para llevar y algo de fruta, y apenas me duele la cabeza. ¿Y tú?

- Casi acabamos con las existencias del buffet – bromeó la morena. – Y ahora el ibuprofeno va haciendo su trabajo. Mira que no suelo tener mucha resaca después de beber pero hoy...

- Os empeñasteis en beberos la última litrona...

- Ya. Nos bebemos hasta el agua de los floreros – sonrió. – ¿Dije alguna tontería? Nat dice que soy demasiado cariñosa cuando bebo. ¡Ni que fuera un ogro yo! – exclamó.

- No, no dijiste extraño hasta el "me da vueltas todo" antes de salir corriendo al baño y luego te quedaste dormida en cuanto te metiste en la cama – expresó Luisita.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora