07.- ¿Tú no vas a decir nada?

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La rubia empezaba a ser consciente de todo lo que le sucedía: estaba en el hospital, en Zaragoza, lejos de su familia y de su casa, sabiendo que, incluso antes de preguntar cómo se encontraba, su padre le reprocharía la moto y tendría un argumento más a su favor para que no la volviera a coger. Y lo más confuso de todo, Amelia estaba en el lugar oportuno y el momento preciso y había permanecido en la sala de espera del hospital durante horas hasta poder verla.

Luisita suspiró llevándose la mano que no tenía inmovilizada a la cara.

- ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? – se preocupó Amelia aproximándose hasta ella.

- Tranquila. Es sólo... No sé, es raro todo esto – dijo intentando ordenar en su cabeza todos aquellos pensamientos.

- Ya... – asintió la morena al tiempo que se sentaba de nuevo en la silla. – Luisita, ¿te puedo hacer una pregunta? – pronunció tras un breve silencio.

- ¿Otra? ¿Seguro que eres camarera y no de la secreta? – bromeó haciendo que la morena negara con la cabeza.

- En realidad, más que una pregunta es un comentario, no sé, una duda.

- Dispara.

- No termino de entender por qué has sido tan borde conmigo, y que me vuelvas con el cuento de que si yo soy actriz pues qué quieres que te diga... Lo podría aceptar si me ganara la vida de ello, pero te aseguro que levantarme a las siete de la mañana de martes a domingo para servir cafés tiene poco de artista. Ah, eso la semana que estoy de mañana que me queda algo de tarde para disfrutar, porque cuando entro al mediodía o a las cuatro de la tarde hasta el cierre olvídate – comentó.

- Ya... – susurró sin saber muy bien qué decir.

- Cuando Mateo ha venido con amigos de Madrid y he estado con ellos han sido agradables conmigo y me han integrado bien con ellos, aunque a muchos luego no los haya vuelto a ver, pero tú no me has dado la oportunidad y por muchas vueltas que le he dado no he llegado a una conclusión clara. A ver, que entiendo que de pequeña tus padres te obligaran a venir con ellos, que el pueblo no tiene nada de exótico, eso ya lo sé, pero ahora no entiendo por qué has venido si no te gusta.

- El pueblo no está mal para desconectar, las cosas como son, pero yo no viviría en un sitio así ni loca, eso también lo tengo clarísimo. No sé, supongo que para mis padres era cambiar radicalmente el jaleo y el ritmo de Madrid por esto, estar con sus amigos y despreocuparse de lo que Mateo y yo podíamos hacer, soltarnos y dejarnos a nuestro aire sin peligro alguno.

- Siempre te has entendido muy bien con Mateo – apuntó Amelia.

- Sí, le conozco desde que nací. Es muy importante para mí – confesó la rubia relajada, sorprendiendo a la morena. – Pero a ver, que sólo somos amigos – se justificó inmediatamente. – Con todo lo que me hacía rabiar de pequeña... No, no.

- Yo qué sé – rio la morena. – Él es muy cariñoso con todo el mundo, pero que nosotros nunca tampoco nada – se apresuró a explicar algo nerviosa.

- No, no, ni yo con él, amigos siempre, ya está.

- ¿Entonces?

- ¿Entonces qué? – repitió la rubia.

- Que porqué eres así conmigo – insistió Amelia viendo que Luisita estaba más receptiva.

- No lo sé – Luisita se encogió de hombros al tiempo que ponía una mueca de dolor a causa del brazo inmovilizado.

- Alguna razón habrá, algún comentario, alguna discusión de pequeñas que yo no me acuerde, alguna cosa que hiciera,...

- No – negó con la cabeza.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora