46.- ¿Tú estás bien?

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Cuando Amelia salió del portal, Luisita aún se quedó unos segundos procesando todas las sensaciones que había vivido en las últimas horas. Necesitaba tiempo para autoconvencerse de que Amelia no era un sueño, como cada vez que estaba con ella.

María había dejado la puerta de casa sin cerrar y, cuando la rubia entró, Manolita ya estaba sin parar de hacer cosas.

- He puesto una lavadora con tu ropa. ¿Te preparo un té o algo, o esperas para comer? Aunque os habéis puesto bien de churros... – dijo su madre mientras Luisita se sentaba en el sofá y acomodaba un cojín sobre sus piernas para apoyar el brazo, liberándolo del cabestrillo.

- Tengo un poco de hambre, pero espero para comer con vosotros – respondió.

- He dejado el ramo ahí en la mesa, pero llévatelo a tu habitación si quieres – sugirió Manolita sentándose a su lado.

- Da igual, aquí está bien – señaló Luisita mirándolo.

- Y tú, ¿cómo estás? – se interesó su madre poniendo una mano sobre la suya acariciándola.

- Bien. Han pasado ya unas horas desde que me tomé el calmante y no tengo tanta molestia como ayer – explicó. – Lo voy aguantando mejor.

- Me alegro, hija, pero no me refería al brazo – declaró la mujer. – Me refería a ti, a cómo estás tú, a lo que no se ve.

- ¿A Amelia? – demandó tímida pero sin rodeos.

- Sí, a Amelia – confirmó Manolita. – Luisita, a nosotros nos parece estupendo, que lo sepas – avanzó para tranquilizarla. – Se ve muy buena chica, muy educada y muy atenta, que se preocupa mucho por ti.

- Sí – reconoció la rubia con una sonrisa enamorada.

- No te voy a negar que me sorprendió que apareciera así, porque no me lo esperaba. Vamos, que ni me lo imaginaba. A lo mejor que fueran tus amigos sí, pero Amelia desde Zaragoza y con un ramo, raro era – pronunció frunciendo el ceño. – Una madre ata cabos rápido, y dos más dos, cuatro, no como tu padre, que le costó.

- ¿Le llamaste para decírselo? – preguntó en un tono entre enfadado y sorprendido.

- No, no, hija – se apresuró a contestar. – Me lo encontré cuando iba a la cafetería, que tu hermano se había bajado al bar a media tarde para que se fuera, y casualidad, que si no se habría plantado allí en la habitación.

- Si ya me olía raro lo de que no se acordaba del número de la habitación y toda la historia – expresó Luisita más aliviada.

- Te lo prometo, hija, que nos cruzamos en el pasillo y tu padre que quería ir a verte y yo que no, y no paró hasta que le dije que estaba Amelia contigo.

- ¿Y cómo se lo tomó? – interrogó con miedo.

- ¿Tu padre? – la rubia asintió. – ¡Pero si la idea de llevarle una cerveza a Amelia fue suya! – confesó Manolita sacando una sonrisa a su hija. – ¿Tú eres feliz? – demandó directamente su madre.

- Sí, mucho – susurró emocionada.

- Eso es todo lo que nos importa – señaló Manolita apretando su mano. – Además, que esta mañana, cuando estabas durmiendo, Amelia y yo hemos estado hablando, y me gusta mucho la niña.

- ¿De qué habéis hablado? Si puede saberse, claro – inquirió Luisita.

- Cosas nuestras, hija. No quieras saber todo – pronunció de manera graciosa su madre. – Pero me ha bastado para darme cuenta de cosas en las que no había caído yo antes, y ella en unos meses lo ha visto – Luisita sonrió. – Ay, ahora me casan muchas cosas de un tiempo a esta parte, pero cómo me iba a imaginar que esa era la razón... – expresó Manolita acariciando la mejilla de su hija.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora