20.- Es otra chica

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- ¿Vas a ir a su casa?

- Sí, porque va a ver los mensajes pero va a pasar de mí, que la conozco – reconoció. – Así le puedo decir cuatro cosas yo también a la cara, aunque nos odie.

- Lou, ¿estamos haciendo bien? – dejó la pregunta en el aire. – Quizás nos estamos metiendo donde no nos llaman y si sale mal podemos perderlas a las dos.

- No lo sé, Mateo – confesó sin saber muy bien qué decir. – Con Luisita no hemos insistido tanto porque sabemos que le cuesta lanzarse y es muy reservada, pero con Amelia hay más confianza en ese sentido.

- Por eso mismo. A lo mejor le estamos empujando a algo porque a nosotros nos gustaría pero Luisita no siente lo mismo.

- No sé... – expresó no muy convencida. – Igual el problema de Luisi es que es una mujer. O que es Amelia con todo lo que había pasado antes...

- Sí, también es una opción. No lo había pensado – declaró el chico. – Volviendo a lo de Madrid, ¿crees que Amelia va a venir? De un día para otro es un muy complicado.

- Lo puede intentar. Nat me ha dicho que Jesús volvía la semana que viene de vacaciones y estos días se podrían organizar, que si ella tiene que cubrir horas de Amelia para tener unos días lo hacía sin problema.

- ¿Qué tal con ella? – se preocupó. – Porque cuando estuve yo...

- Dice que habla lo justo en el trabajo – informó Lourdes.

- No sé qué quiere conseguir con eso – resopló. – Si es alejarse de sus amigos, lo está consiguiendo.

- Espera que vuelva antes de iros. A ver si con un poco de suerte aparezco con ella – dijo mostrando sus dedos cruzados.

- Gracias Lou – agradeció de manera sincera su hermano.

La mayor de los Ordoñez salió de casa a buen paso para llegar al domicilio de Amelia lo más rápido posible. Confiaba en sus dotes argumentativas de abogada y de amiga para hacer que la morena contemplara al menos la opción de pedir unos días de vacaciones o, en el peor de los casos, que abandonara el comportamiento que tenía desde que Luisita regresó a Madrid.

Que la puerta de acceso al jardín estuviera cerrada con llave ya le indicaba que Amelia, si estaba en casa, no le apetecía demasiado recibir visitas por lo que llamó al timbre como solía hacerlo y unos segundos después escuchó los ladridos de Mérida cada vez más cerca.

"Pues muy lejos no estás, Amelia".

Insistió de nuevo con el timbre dándole unos instantes, pensando que quizás estaría en la ducha pero los ladridos de la perra hicieron que desechara esa alternativa.

- Amelia, ábreme antes de que Meri se deje las cuerdas vocales o lo que tenga ladrando, que ella no tiene la culpa – gritó desde la calle.

Unos segundos más tarde, la puerta automática del garaje se abría para que pudiera entrar Lourdes.

- Sí que estamos mal... Ni el Titanic – murmuró. – ¿Qué pasa contigo? – espetó al llegar hasta ella.

La morena estaba tumbada en la hamaca fumando, con un par de botellines de cerveza vacíos junto al paquete de tabaco y un cenicero en el que sobresalían las colillas.

- Que digo yo, que ya que fumas podías vaciarlo de vez en cuando.

- Lourdes, ¿has venido a ser mi madre? – demandó sin mirarla siquiera.

- Estoy segura que si Devoción te viera así y supiera porqué estás como estás te daría una patada en el culo para que espabilaras – manifestó. – Ah, no hace falta que me ofrezcas nada, que sé dónde está la nevera así que ya me cojo yo una cerveza.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora