67.- Excusas

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Mérida estaba tumbada en su cama junto al radiador y, en cuanto oyó la puerta corredera abrirse, levantó las orejas en señal de alerta hasta que percibió con mayor claridad el ruido familiar del motor del coche de su dueña, regresando a su posición inicial por unos instantes.

- ¡¡Gorda!! Ya estoy aquí - saludó al animal que esperaba detrás de la puerta para recibirla moviendo el rabo feliz. - ¿Te has portado bien? - demandó acariciando su cabeza. - Después salimos - le habló de nuevo viendo que permanecía en el mismo lugar a la espera de dar un paseo impidiendo que terminara de acceder a la casa. - Vamos a hablar con Luisi, a ver si hoy hay suerte.

Amelia dejó las llaves de casa y del coche sobre el mueble que tenía en la entrada y, tras quitarse bufanda y abrigo y descalzarse, se sentó en el sofá con los pies sobre el asiento para llamar a su chica por teléfono. Había sido una semana complicada para hablar tranquilamente por los horarios de ambas y ahora tenía algo más de tiempo para charlar y verse las caras, aunque fuera a través de la pequeña pantalla del teléfono móvil.

- ¡Holi! ¡Hola! - expresó Amelia al intuir que Luisita había descolgado.

- ¡Hol...a! - escuchó algo entrecortado al otro lado.

- ¿Me ves? Mérida, muévete un poco, gorda. ¿Hola? Luisi... - pronunció la morena a la pantalla negra de su teléfono móvil apartando a la perra que quería meter su hocico y ser partícipe de la conversación.

- Sí, espera, un segundo - dijo trasteando con su dispositivo. - Ay, ya - su sonrisa fue lo primero que vio Amelia llenando la imagen. - Hola, que no podía activar la cámara - confesó la rubia alejando el aparato. - ¿Qué tal ha ido?

- Bien. Nos han invitado a merendar y hemos estado un ratito más pero sobre las siete y media o así nos hemos venido - Luisita asintió acomodándose en su cama. - Luego hemos ido a dejar el vestu al local y todavía me tengo que duchar y arreglarme, y sacar a Meri, que me estaba esperando detrás de la puerta y ahora aquí la tienes - indicó girando el teléfono para mostrarle a la perra sentada en el suelo sobre sus patas traseras y apoyando la cabeza en las piernas de la morena.

- Ay, qué bonita es - manifestó Luisita con ternura viendo cómo su chica rascaba la cabeza de la perra. - Hoy era la cena, ¿no? - recordó.

- Sí, a las nueve. Es en el bar de aquí así que no tengo que coger coche ni nada - comentó Amelia.

- Vamos, que te vas a poner fina - expresó Luisita.

- No - rio la morena. - Ya has visto la media de edad del grupo. Casi tengo que estar pendiente de que se tomen la pastilla de la tensión y no se pasen con los dulces - bromeó.

- Es lo que tiene juntarse con señores de setenta años - pronunció la rubia.

- No todos son tan mayores - puntualizó Amelia aun sabiendo que no distaban mucho de esa edad.

- Es verdad, que el más joven, quitándote a ti claro, los sesenta y cinco no los cumple - dijo Luisita.

- Qué exagerada - rio.

- ¡Me dirás que no! ¿Han vuelto todos u os habéis dejado a alguno? - demandó tratando de ocultar una sonrisa malvada.

- ¡¡Pero qué mala eres!! - exclamó ofendida la morena.

- También existe la posibilidad de que algún abuelo se os haya infiltrado y mira, ya tenéis fichaje nuevo para el año que viene - indicó la rubia.

- Se ha despertado graciosa mi niña hoy - señaló Amelia sonriendo con los comentarios de Luisita.

- Bueno, cuéntame qué tal la función y eso.

- Muy bien pero no hemos hecho la obra entera - comentó la morena.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora