22.- ¿Y si nos vamos a la playa?

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En algunas ocasiones, Marcelino tenía buenas ideas o, después de mucho insistir, accedía a realizar pequeñas mejoras para modernizar el Asturiano y ese verano habían colocado en la terraza pulverizadores de agua y ventiladores para luchar contra el calor, lo que había aumentado la clientela, haciendo complicado encontrar una mesa libre a la hora del aperitivo o a última hora de la tarde cuando caía el sol.

Como cada día desde que había vuelto a Madrid, Mateo había quedado con Luisita y Amelia en el bar para tomar una cerveza antes de ir a casa a comer y, en lo que éstas llegaban, había aprovechado para hablar un poco con Marcelino de la nueva temporada de fútbol que estaba a punto de comenzar.

La rubia tenía rehabilitación y la morena había decidido hacer turismo por su cuenta para conocer algo más de Madrid que no fuera la Puerta del Sol, la Gran Vía y el Palacio Real que ya había visto tanto de día como de noche con sus amigos mientras que Marina se uniría a ellos cuando terminara de trabajar.

Tras una primera ronda de pie en el barril junto a la puerta de entrada al bar, Mateo y Luisita consiguieron una mesa en la que continuar esperando a las otras dos chicas.

- ¿Estás seguro que ha sido buena idea dejar a Amelia sola por Madrid? – desconfió Luisita.

- Yo le he dicho que me compartiera la ubicación por buscarla si se perdía – comentó entre risas. – En el barrio ya se va orientando – bromeó. – Mira, hablando de la reina de Roma... – levantó el brazo para que Amelia los viera. – Ésta es la segunda, – indicó a la morena señalando su cerveza – que habíamos quedado hace casi una hora.

- Joder Mateo, que aún no me acostumbro a las distancias aquí – rio de su propia torpeza al tiempo que se sentaba en una de las sillas que estaba vacía.

- ¿Has venido andando? – preguntó sorprendido.

- No, he cogido el metro, pero estaba no sé dónde y pensaba tardar menos y no recorrer Madrid bajo tierra, la verdad.

- ¿Qué línea has cogido? – demandó Luisita.

- La gris – respondió Amelia haciendo que Mateo y Luisita rompieran a reír. – ¿Qué?

- Pues que has cogido la circular y creo que has cogido el sentido contrario – apuntó el chico.

- Pero... – expresó sin entender sacando del bolso un mapa de bolsillo.

- Mírala, qué moderna ella con el mapita – se burló la rubia.

- No te rías – dijo golpeando levemente su brazo. – Ay, perdona, que ese es el malo – se disculpó de inmediato.

- Tranquila, la rehabilitación va haciendo su trabajo.

- Pues sí, he cogido el sentido que no era – reconoció mirando el papel. – Ya me extrañaba a mí tantas estaciones si había visto que había unas diez. Bueno, ¿qué tal vuestro día? – se interesó por sus amigos.

- Sin más – respondió Mateo apurando su botellín. – Seguimos con el proyecto de la villa rural autosuficiente, pero va a ser más complicado llevarla a cabo que diseñarla.

- A ver, es que a ninguna multinacional le interesa que no necesites contratar sus servicios eléctricos, que tengas también tu huertito con tus frutas y verduras sanas, sin todo lo que le meten para que aguante más o que sea más grande, con tus gallinas, tus ovejas,... – razonó Luisita.

- Muy hippie todo – agregó la morena.

- Hippie 2.0, que conexión a internet y 5G también hay – puntualizó el chico.

- Y tú, ¿cómo ha ido el fisio? – se preocupó esta vez por la rubia.

- Rozando la tortura – confesó.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora