49.- Cinco minutitos más

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La velocidad decreciente y el anuncio por la megafonía del tren de la inminente parada provocaron que los nervios de Luisita se multiplicaran ante el encuentro con Amelia.

Había pasado casi un mes desde que la morena apareció por sorpresa en aquella habitación de hospital en la que la rubia se recuperaba de la operación para extraerle la placa del brazo y sólo habían podido verse a través de videollamadas.

Los nervios y la ilusión habían sido más visibles en los últimos días según se iba aproximando la fecha elegida para el reencuentro, los primeros "planes" que hacían juntas y a solas y, tanto María como sus compañeros tras su vuelta al trabajo, aprovechaban la mínima ocasión para hacerle algún comentario al respecto.

Luisita tiraba de su maleta para dirigirse a la rampa mecánica que la llevaba a la zona de salidas donde, como le había indicado con anterioridad, Amelia estaba esperándola para fundirse en un abrazo durante largos segundos.

- Mi amor – pronunció la morena sujetándole la cara. – Ya estás aquí – dijo antes de besarla de nuevo hasta que Mérida quiso darle la bienvenida también.

- Hola, Mérida – saludó a la perra acariciando su cabeza y cuerpo. – ¿Qué pasa contigo?

- Te prometo que estaba de lo más tranquila tumbada en el suelo pero ha sido verte y mira cómo se ha puesto, que no deja de mover el rabo – indicó Amelia.

- Porque me ha echado mucho de menos, igual que yo a ella – declaró la rubia esquivando lametones.

- ¿A ella nada más? – Luisita sonrió desde su posición. – Vale, muy bonito – manifestó la morena fingiendo enfado.

- A ti más – confesó incorporándose. – Mucho – apuntó rodeando su cintura.

- Tenía tantas ganas de abrazarte y besarte... – susurró Amelia perdida en los ojos oscuros de la rubia.

- Se me ha hecho eterna la semana en el King's – reveló a poca distancia de sus labios.

- ¿Vamos? – preguntó Amelia tras varios besos. – He aparcado en la puerta de casa y he bajado andando, así que tenemos un ratito de paseo.

Amelia cogió la maleta de Luisita y le cedió la correa de Mérida para que la llevara ella en su camino de la mano por las calles zaragozanas hasta el piso de la morena.

- ¿Estás nerviosa? – demandó Amelia con una sonrisa percibiendo el estado de su novia a través de su agarre.

- Un poco – reconoció la rubia. – Es que me da vergüenza.

- Pero ¿por qué?

- No sé, es la primera vez.

- Técnicamente no. Ya conoces a mi madre, y ella te adora. No tienes que tener miedo, vergüenza ni nervios – trató de calmarla.

- Ya, pero en las fiestas era distinto. Sólo era la amiga de Mateo y Lourdes.

- Porque huimos – recordó Amelia. – Si no me sacas de ahí, a lo mejor nos habíamos ahorrado varios meses o yo me hubiera muerto de la vergüenza – rio.

- No te creo.

- Créeme que sí. Mi madre y mi tía son esa clase de gente que, cuando piensas que no pueden avergonzarte más, lo hacen. De hecho la que debería estar nerviosa soy yo, pero cenamos solo con mi madre y podemos estar tranquilas. O eso espero.

Unos minutos después llegaron al portal de la morena, que abrió la puerta y entraron al ascensor para subir a su piso. Amelia pulsó sobre el botón de la tercera planta y rodeó a la rubia con sus brazos, dejando suaves besos entre sonrisas sobre sus labios hasta que volvieron a abrirse las puertas.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora