1. Braguitas acuáticas

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Me acerco al espejo del baño para colocar cualquier cosa de mi aspecto que no se haya mantenido en su lugar. Ahora tengo clase de lengua, lo que implica que necesito estar y sentirme impecable. Aliso mi pelo con las puntas de los dedos y refuerzo el clip azul que me he puesto en el pelo, a juego con mi ropa. Hoy voy de azul. Falda y top del mismo tono, comprados en conjunto, más unas botas blancas y brillantes que me llegan por la rodilla.

Doy ligeros toquecitos sobre mis párpados para esparcir el gel con purpurina por toda la zona y aplico un poco más de gloss para los labios. Nunca es suficiente gloss. Me lo guardo en el bolso, le dedico una última mirada al espejo del instituto y salgo del baño de chicas.

Por el pasillo colorido con los últimos murales que hicimos conmemorando el día de la mujer no hay prácticamente gente. El timbre que anuncia el cambio de hora sonó hace ya unos minutos. De frente localizo a Esmeralda, la batería en la banda del instituto. Me dedica una mirada cómplice, como siempre, dirigiéndose disimuladamente hacia mí con unos pantalones anchos y un top de tirantes de color negro. Está en cuarto curso. Dieciséis años. Nunca hace la tarea de biología. Por ese motivo siempre recurre a mí.

Al cruzarnos, juntamos nuestras manos haciendo que los billetes se trasladen de las suyas a las mías. Es un intercambio limpio, sin sospechas, sin movimientos bruscos...  y sin conversación de por medio. Todo está ensayado.

Hago ademán de llevarme el dinero a las tetas, pero recuerdo que hoy no me he puesto sujetador. Este top azul de terciopelo debe llevarse sin sujetador para que se aprecie en todo su esplendor. No me refiero a mis tetas, sino a la prenda. Un sujetador lo estropearía todo.

Como no llevo sujetador para guardar las ganancias, las meto directamente en mi bolso y sigo de largo por el pasillo.

—Hola, Kayla —La voz animada de la directora me saluda cuando nos cruzamos, por completa sorpresa de mi parte.

—Hola —le devuelvo el saludo con una sonrisa encantadora, y la deshago de mi cara cuando sé que ya no me está viendo. Me adora. Lo sé. Todos lo saben.

Atravieso el marco de la puerta con seguridad, creyéndome la diosa suprema del instituto, pensando que el profesor de lengua ya se encuentra dentro del aula. Fallo técnico. Solo hay alumnos. Oculto mi decepción y voy directamente a mi sitio. Nosotras somos las únicas sentadas en trío, en todas las clases prácticamente. El resto se coloca por parejas. Nosotras somos especiales. Básicamente, somos un número impar y alguien debía sentarse en mesas de tres. Por supuesto, nos dieron ese privilegio a mis amigas y yo.

Cuelgo el bolso en el respaldo de la silla y me siento en la mesa del medio.

—¿Estás con la regla? —me pregunta Loren mordiendo su pobre lápiz amarillo. Si el lápiz pudiera gritar pidiendo auxilio, lo haría.

—No —niego—. ¿Por qué?

Saco la Tablet, mis bolígrafos de colores y un folio de mi carpeta.

—Como tardabas tanto, y sabemos que con la regla te entra diarrea...

Muestro una sonrisa fugaz sin enseñar los dientes.

—Solo fui a mirarme en el espejo —explico. Entro en el aula virtual de lengua, pulso la presentación del tema que estamos viendo y rebusco en mi bolso nuevamente para sacar chicles. Le reparto a Loren y a Anais.

—Mira que sabes que me gusta estar masticando algo todo el tiempo —habla Anais, mirando el chicle como quien acaba de encontrarse cien euros tirados por el suelo.

El murmullo general cesa cuando el bendito profesor de lengua entra por la puerta. Y digo bendito porque ese hombre tuvo que haber sido bien bendecido por algún dios. Fue el favorito de alguno de ellos, probablemente, porque todos los buenos genes fueron para él.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora