23. Nada de malo

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Creo que es la primera vez en mucho tiempo que no sé cómo coño vestirme. Decido, después de un rato reflexionando, que voy a ir de negro porque aporta elegancia y tal vez incluso madurez. Voy con un vestido negro satinado para que piense en mí como en alguien más adulto. Tengo dieciocho años pero puedo aparentar veintidós. O tal vez no.

Joder, esto es muy difícil.

Me pongo unas sandalias con tacón fino, de estas con cordones largos para atar por toda la pierna, hasta la rodilla. Huelo bien, me veo bien... y me siento como un flan, débil y tembloroso. En mi bolso cuento con todo lo que necesito, mi pelo está liso y el taxi me espera en la puerta. Mis madres no me preguntan adónde voy, porque no suelen hacerlo, pero me hacen un escáner exhaustivo y comparten miraditas. Termino diciéndoles que he quedado con Noah, porque es evidente que voy a una cita especial. Se lo creen, no hacen preguntas y yo me voy. No acostumbro a mentirle a ellas. No me hace falta ocultarles que quedo con un chico, o que salgo de fiesta con mis amigos... No me impiden hacerlo ni me lo reprochan. Pero... Pero decir que he quedado con mi profesor del instituto en su casa no es una opción.

Me subo en el taxi, le doy la dirección y trato de no vomitar por el camino. Me inquieta no poder comunicarme con él de ninguna forma. No tengo su número. Él me dio un papelito adhesivo con una dirección y una fecha. Nada más. No hubo más confirmación. ¿Y si no recuerda que es hoy? ¿Y si ya se arrepintió?

Vive en el centro de la ciudad, en un edificio de treinta plantas. ¿Cómo sé que son treinta? Lo busqué en Google, por supuesto. Intentando aparentar seguridad, cruzo las puertas de cristal y voy hacia el ascensor. Pulso el número veintidós y simplemente espero a que esto suba. En el espejo compruebo que sigo igual de guapa que cuando salí. Nada de colores ni purpurina en la cara, como suelo llevar. El maquillaje de hoy es discreto, con bastante rímel, raya del ojo, colorete y brillo de labios.

Las puertas del ascensor se abren y yo tiemblo de miedo. Yo temblando de miedo, es raro. Avanzo por el pasillo blanco, pasando por delante de las puertas, hasta que llego a la que me corresponde. Respiro hondo, me coloco el vestido y las tetas bajo la tela para que se vean bien en el escote y toco en la puerta con mis nudillos.

¿Y si no abre? ¿Y si no está? ¿Y si abre otra persona? ¿Y si de repente sale Adela de ahí dentro?

El corazón se me dispara cuando escucho la cerradura y la puerta se abre. No es otra persona, es Marc. El mismo Marc que veo todos los días en el instituto, con el mismo pelo y mismos ojos, aunque con la barba un poco más recortada que la última vez.

—Hola —hablo, sonriendo.

La ropa también es igual. Pantaloncitos de vestir y camisa de botones.

—Hola —me devuelve el saludo y suelta el aire que había estado reteniendo.

Me hace un gesto para que entre y yo no me lo pienso dos veces. Paso por su lado y llego a la sala. Veo un sofá blanco, una mesita de centro, una alfombra de color crema y una cristalera que ocupa casi toda la pared del frente.

—¿He venido pronto? —pregunto para rellenar el silencio. Giro sobre mis talones y me lo encuentro detrás de mí, con las manos en los bolsillos, sin saber qué hacer.

—No, no... Está bien. Siéntate, si quieres.

Me acerco al sofá y tomo asiento. Debía estar aquí sentado cuando llamé a la puerta. Tiene el ordenador encendido, sobre la mesita, junto a una copa de cristal. Probablemente sea vino.

—¿El vino es el sustituto del café?

—Ehhh... No. Bueno, no sé. Si quieres.

Sonrío de manera disimulada. Se le da muy bien la oratoria cuando explica en clase, pero ahora parece que se ha olvidado de cómo se habla.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora