29. Habitación privada

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La charlita de recibimiento termina y empezamos a caminar por el sendero para dejar nuestras cosas. Me alegra encontrar finalmente una cabaña, aunque un poco alejada, cerca de lo que pienso que es un lago. No vamos hacia allí, no dormiremos en una cabaña. No sé si eso me disgusta o me tranquiliza.

—¿No os da como... cague? —habla Anais.

Por fin alguien que se atreve a decirlo. Estar en medio de un bosque, en un campamento solitario, cutre y algo antiguo, me transmite inquietud. Hay algo en la atmósfera, en los sonidos, en la niebla que nos rodea... que da mal rollo.

—Yo me esperaba algo tipo Camp Rock y me he encontrado con el Campamento Redwood de American Horror Story —apunta Loren y a mí se me enciende la bombilla.

—¡Era eso! —exclamo, satisfecha porque Loren haya resuelto el misterio—. Me recuerda exactamente a ese campamento, y no por cómo se ve...

—Sino por cómo se siente —completa Anais.

Estupendo. Ahora estoy en un lugar que me recuerda a una masacre, a asesinos en serie y a los años ochenta. Quizá eso le dé el aire interesante que le falta a esta excursión.

Empujo la silla de Loren porque el terreno es más complicado para moverla ella sola y por fin cruzamos una gran puerta en forma de arco. El olor a sopa inunda mis fosas nasales. Ahora viene el tour por las lujosas instalaciones. Pasamos por lo que suponemos que es la recepción. No hay nadie, un puesto vacío. Un mostrador de una madera vieja y arañada y tras él un gran letrero con el nombre del campamento. Los guías nos van llevando por los pasillos y enseñándonos todo. El comedor es enorme, debo decirlo. Muchas mesas ocupan la estancia, aunque vacías de momento. Los baños, separados por sexos, tienen bastantes cubículos y lavabos. Las duchas se encuentran aparte, separadas unas de otras por una pared a la altura del pecho. Oculto mi desagrado constante con una expresión neutra.

Lo peor llega cuando entramos en las supuestas habitaciones.

—Esto es una maldita estafa —susurro.

Me imaginaba algo terrible como tener que compartir habitación con cuatro o cinco personas (una o dos más además mis amigas), pero lo que me encuentro es mucho peor. No hay habitaciones como tal, solo UNA gran habitación en la que hay demasiadas literas.

—Dormir aquí va a estar divertido... —comenta Loren, entre dientes, porque no quiere que lo escuchen los guías.

Vamos a dormir todos juntos, literalmente.

—Tenemos otra estancia así para la otra clase —aclara el hombre.

Ah, bueno. Solo voy a dormir en la misma habitación que todos los de MI clase. Vaya, es un gran alivio, en serio. Un alivio de mierda.

—Imagínate los pedos y los ronquidos —apunta Anais, terriblemente preocupada.

Nos quedamos aquí ya, para que nos "acomodemos", y los de la otra clase se van a la otra habitación. Nos han asignado una llave con un número a cada uno y comprendo que es para los... armarios...

—¿Esos son los armarios?

No puedo estar más horrorizada. Más que armarios, parecen taquillas. Rectángulos de madera numerados al fondo de esta habitación. ¿Cómo voy a meter todo lo que he traído ahí? ¡Necesito como tres taquillas de esas!

La gente empieza a volverse loca para cogerse la cama que quieren. Casi todos se piden primero las literas de arriba. Yo todavía estoy asimilando que haya hormigas gigantes ahí fuera.

—Bueno, por razones obvias, yo me voy a pedir la litera de abajo —declara Loren, acercándose a una que hay libre y deja su mochila sobre ella.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora