42. Todos vuelven

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La voz de Adela se escucha mucho más cerca. Oímos pasos que se dirigen hacia nosotros.

—Esto no se lo voy a perdonar —murmura Louis, entre dientes. Yo sonrío y al segundo aparece la directora cargando una caja de cartón.

—Han llegado más libros —informa ella, haciendo referencia a la caja, y se aleja de vuelta a la mesa con el resto.

La seguimos por inercia y nos quedamos mirando la caja con indignación.

—Me voy —declaro sin más. Cojo mi bolso y echo a andar.

—¿Te vas? ¿Y el castigo? —Louis atraviesa la puerta de la biblioteca y me sigue por el pasillo—. ¿No tienes clase de fotografía?

—Hoy no voy —respondo. Es una decisión que acabo de tomar. Después de habernos comido la boca en la biblioteca, lo que prefiero es irme a casa. Lejos de él.

Sus planes parecen otros porque se me pega por detrás como un pulpo.

—¿Por qué me persigues todo el rato? —pregunto, con fastidio.

—Porque creo que te gusta.

Arrugo el entrecejo sin apartar la vista del frente.

—Es una nueva experiencia para ti —sigue explicando—. Estás acostumbrada a ser tú la que persigue.

Pongo los ojos en blanco.

—Deberías quedarte y firmar —le aconsejo. Que yo haya decidido no cumplir con el castigo hoy no quiere decir que él deba hacer lo mismo.

—Prefiero ir contigo.

Me freno en seco y suspiro. Me coloco frente a él y le miro con seriedad. Algo se me remueve por dentro al mirarle los labios.

—Y yo prefiero —hablo despacio, para que me entienda—, que cumplas el castigo y no te metas en otro lío por mi culpa.

—Me da igual el castigo —se encoge de hombros.

—Por favor —le pido y suelta una risita breve, como si acabara de darse cuenta de algo.

—Huyes de mí.

—Exactamente —le doy la razón y vuelvo a recuperar el paso.

—¿Por qué?

—Porque no me gustas —contesto para picarle, alzando la voz, y cruzo la puerta del instituto. Escucho que se ríe.

—Ya, claro... —alarga, con ironía, y se queda en la puerta viendo cómo me alejo.

***

Lo peor me espera en casa. Mientras nos comemos unos macarrones duros y secos, mamá rubia me pregunta si no tengo nada que contar. El estómago se me contrae, se me hace chiquito. ¿Algo que contar sobre qué? Podrían ser muchas cosas, de hecho. Mamá lila me mira, sabiendo de lo que habla, y Finn se limita a entrecerrar los ojos pensando que puede tratarse de un chisme.

—Han anunciado en la página del instituto que el plazo para las inscripciones en la universidad ha terminado —explica mamá rubia, llevándose el tenedor a la boca.

Oh, mierda. La universidad. No estaba preparada para esta conversación tan pronto, sin embargo, los tres me miran con expectación.

—¿Y bien? —se mete mamá lila ante mi silencio—. ¿Qué carrera has elegido?

Oh, mierda. Pero el doble de mierda. Piensan que sí he rellenado la solicitud... Carraspeo, bebo agua de mi vaso y me remuevo en la silla.

—Es que... —comienzo—. No he elegido ninguna.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora