54. Las estrellas, la luna y el mar

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Espero haber cogido todo lo necesario porque ya no me da tiempo a revisar. Louis acaba de enviarme un mensaje diciéndome que ya me está esperando. Me despido de mis madres y le enseño el dedo corazón a Finn ante la mueca estúpida que hace en mi dirección. Ellas me dieron permiso para irme sin ningún problema aparente, aunque tuve que enfrentarme a la fase de las preguntas: ¿Estás saliendo con el vecino? ¿Es ya tu novio oficial o todavía no? ¿Lo saben sus padres?

Salgo por la puerta rápidamente y me sorprende ver el coche de la madre de Louis esperando. Pienso por un instante que es su madre quien nos llevará hasta la casa de los abuelos, pero me equivoco. Louis se encuentra en el asiento del conductor, con las manos alrededor del volante, mirándome con falsa impaciencia. Hace sonar el claxon. 

—¡Venga! —Hace un gesto con la mano para que me suba. 

Ocupo el asiento del copiloto, tiro mi mochila hacia los asientos de atrás y me pongo el cinturón sin quitarle los ojos de encima. Aquí dentro huele a ambientador floral mezclado con perfume de chico. 

—No sabía que conducías —admito, acomodándome en el asiento—. No recuerdo haberte visto.

—No tengo coche —comenta lo obvio—. Mi madre me presta el suyo a veces. 

Lo pone en marcha y abandonamos la calle. No puedo evitar mirarle de reojo mientras conduce. La postura relajada, su mano en el volante, la otra en la palanca de cambios, su rostro de perfil y el flequillo moviéndose por el aire que entra por la ventanilla. 

—Eres un maldito estratega —me quejo, apartando la mirada hacia mi ventanilla. 

—¿Qué? —Escucho su risa suave, confusa. 

—Sabes perfectamente lo atractivo que se ve un chico conduciendo.

Su risa se intensifica y niega con la cabeza repetidas veces.

—¿Qué querías? ¿Ir en autobús?

Sonrío, mirando mi reflejo por el espejo retrovisor. En breve los rayos de sol desaparecerán así que imagino que para cuando lleguemos será casi de noche. El trayecto se me hace corto aunque extraño. No hablamos demasiado y me pregunto si la razón tiene que ver con el hecho de que esta situación es nueva para nosotros. Voy a pasar una noche con él en casa de sus abuelos, a los que no conozco de nada pero sí saben de mi existencia. La idea me aterroriza y me entusiasma a partes iguales. 

***

Como intuí, la oscuridad empieza a extenderse por el cielo cuando Louis para el coche al final de un camino de tierra. Cojo mi mochila, salgo del coche y miro a mi alrededor. 

—¿Es esta? —pregunto, y él asiente.

¿Me toma el pelo? ¡Literalmente las escaleras que dan a la puerta están cubiertas de arena! Así de cerca está el mar... Avanzo unos pasos para asegurarme de que es cierto. Ahí está, tornándose ya de color gris, en calma pero produciendo el ruido característico del vaivén de las olas. Esto es maravilloso. 

Camino detrás de él, llegamos a la puerta de madera blanca y abre con la llave. Lo primero que veo es un salón decorado en tonos azules y blancos. Luego, me llega el olor a comida. Finalmente, un hombre y una mujer se levantan del sofá para acercarse a nosotros. Están descalzos, vestidos con ropa veraniega y sujetan unas cartas en sus manos. Parece que estaban entretenidos con un juego de cartas. 

El abrumador momento de las presentaciones llega: hola, qué tal, encantada de conocerles, muchas gracias por dejar que me quede, es una casa maravillosa, qué suerte vivir tan cerca de la playa... La abuela de Louis tiene el pelo de un color naranja zanahoria que me encanta. No pasa desapercibida. El abuelo está más bien canoso y lleva unas gafas de montura invisible. Adorable. 

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora