22. De diez

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Al entrar en casa, las voces que proceden de la cocina llaman mi atención. Parece que mamá lila y mamá rubia están discutiendo. Me voy acercando con cautela, esperando encontrarme a mi hermano como causante de tanto revuelo, pero ni rastro de Finn. Normalmente mi hermano se mete en líos en clase, llaman a casa y ellas le echan la bronca. Parece que no es el caso de hoy. Sin que puedan verme, pego la oreja para escuchar.

—Tanya, siempre es igual —se queja mamá lila, con ese tono calmado de siempre, aunque suena ligeramente agotado.

—¿Qué hago? —la voz de mamá rubia suena más fuerte—. ¿Qué hago, Farah?

Surge un silencio y yo trago saliva, pensando que tal vez se han dado cuenta de mi presencia.

—No digo que sea culpa tuya... —vuelve a hablar mamá lila—, pero solo quiero que pudieras ponerte en mi lugar por un momento.

Escucho que mamá rubia resopla con brusquedad. La paciencia nunca ha sido fuerte. Yo permanezco escondida, completamente desconcertada. Ellas nunca discuten, al menos no suelen. A veces tienen alguna pelea por culpa de Finn, pero no dura más de diez minutos. Al instante ya están de pegajosas otra vez.

—Hola. —Salgo de mi escondite y entro en la cocina. Me fijo en sus reacciones, ligeramente alarmadas, como si temieran que hubiera escuchado algo.

—Hola, Kay —habla mamá rubia, en parte aliviada porque haya interrumpido.

No puedo evitar acercarme y darle un abrazo breve. Me aprieta con suavidad y su perfume dulce me envuelve. Cuando me alejo, se aparta los mechones rubios de la cara y se esfuerza por sonreírme. Sus ojos azules parecen cansados. Me vuelvo hacia mamá lila y repito el breve abrazo. Mamá lila huele a incienso y a aceite corporal relajante.

En breve aparece Finn, toqueteándose su preciado y oscuro pelo, y ocupa su lugar en la mesa. Subo a mi habitación para dejar el bolso y regreso a la cocina para comer. Los espaguetis de hoy no están tan mal. Un poco secos, pero comestibles. Durante el almuerzo las palabras de mis madres no se me van de la cabeza, preguntándome de qué hablaban exactamente.

En un momento dado, el tema de la universidad se mete en la conversación. Mamá rubia me pregunta por las solicitudes y la carrera que voy a elegir. La pregunta del millón. ¿Qué esperarían de su hija una madre que estudió turismo y trabaja en un hotel y otra que no fue a la universidad pero da masajes y clases de yoga y meditación?

—No estoy segura... —murmuro, esperando que ni siquiera me hayan oído.

—¿No estás segura? —pregunta mamá rubia, terminando de masticar.

—Bueno, hay varias que tengo en mente —cambio la estrategia.

—¿Cuáles? —interviene mamá lila, con entusiasmo.

El único que se da cuenta de lo que ocurre es Finn. Me mira disfrutando de la situación.

—Pues... por ejemplo... —alargo, pensando en algo—. Psicología... Dere...

—¡Psicología! —exclama mamá rubia—. Eso es genial. Sabes que tienes una notaza. Puedes entrar en la carrera que te dé la gana. Incluso podrías hacer un doble grado. Yo quería hacer turismo y finanzas, pero al final me di cuenta de que era demasiado para mí.

—No era demasiado para ti —se mete mamá lila—. Eras una fiestera y no querías estudiar tanto.

Ambas sonríen y, en parte, me alegro de que la tensión de antes haya desaparecido.

—Vi en el Facebook del instituto que habían ido unos chicos a impartir una charla sobre la universidad. ¿Te sirvió de algo? —pregunta mamá rubia.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora