56. Expectativas altas

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Estar de vuelta en casa es un duro golpe de realidad. Atravieso el salón tratando de distinguir la procedencia de las voces.

—¿Hola? —pregunto hacia nadie en concreto. Entonces, escucho mi nombre desde la cocina. Me dirijo hacia allí, todavía cargando con mis pertenencias y la rosa roja en la mano.

—¡Kay! ¡Ya estás aquí! —Mamá lila se acerca rápidamente y me da un abrazo fugaz.

—¿Qué tal las mini vacaciones?

—Cortas —respondo ante la pregunta de mamá rubia y permanezco de pie junto al marco de la puerta. Mamá rubia no parece tener intención de venir a abrazarme.

Decido sentarme en una silla libre y cojo un trozo de bizcocho que hay encima de la mesa. Es de chocolate. Maravilloso. Claramente, no lo ha hecho ninguna de ellas.

—Bonita rosa —comenta mamá lila, mirándola de reojo.

Me obligan a contarles más detalles sobre mi salida con Louis. Les hablo de sus abuelos, de lo cerca de la playa que viven, del buen tiempo que hacía... Cosas que se puedan contar, básicamente. Mamá lila escucha entusiasmada mientras que mamá rubia saltea sus ojos azules entre la rosa, el bizcocho y yo. No sé si se encuentra incómoda, poco interesada o si simplemente todavía no se ha olvidado de que soy una total decepción de hija.

—¿Ya no estáis enfadadas conmigo? —me atrevo a preguntar, aunque rehúyo la mirada por temor a la respuesta.

—Kay... Nunca estuve enfadada... —empieza mamá lila con su tono de voz suave y calmado, pero la respuesta que me interesa no es la suya. Ya sé que ella no está enfadada. Nunca lo está.

—Pero yo sí —mamá rubia interviene con un tono de voz ligeramente seco—. Estoy deseando que pase el suficiente tiempo como para considerar todo lo ocurrido como una gran anécdota graciosa.

Y ahí está lo que yo quería escuchar.

—Kayla —me llama mamá lila, como siempre al rescate para evitar una discusión—. Eres joven. Estás aprendiendo, todos lo estamos. No todos hacemos siempre lo correcto y no pasa nada. Forma parte de la vida.

Tras el pequeño discurso inspirador, miro de reojo a mamá rubia en busca de una reacción. No dice nada, pero al menos frunce los labios con aprobación. Se le ha ablandado el corazoncito, y eso a mí me vale. Si está de acuerdo con las palabras de mamá lila, esto lo puedo considerar una victoria.
Sonrío mientras mastico el bizcocho y me voy a mi habitación.

Saco toda la ropa y la preparo para llevarla a la cesta de la ropa sucia. De la toalla y el bikini caen granitos de arena blanca al suelo. Están por todas partes. Creo que tengo arena metida en las orejas. Mi móvil suena repetidas veces y lo desbloqueo para descubrir los mensajes de mis amigas. Me preguntan qué tal me fue y se muestran muy interesadas con una cuestión en concreto.

Loren: ¿Hubo sexo?

Loren: Kay, ¿lo hubo?

Loren: ¡¡¡KAYYYYYYYY!!!

Sonrío ante la pantalla y tecleo una respuesta negativa. No lo hubo pero, joder, no quiero pensar en eso. Solo quiero darme una ducha y librarme de este empanado de arena que llevo encima.

***

Al salir de la ducha, tengo otro mensaje, aunque no de mis amigas.

Louis: ¿Cómo va tu carita?

A pesar de utilizar protector solar, mi piel está demasiado blanca como para soportar tanto sol de golpe. Me he quemado un poco las mejillas y la nariz. Se nota visiblemente pero no me duele demasiado. Aunque sí es cierto que siento más calor en esa zona.
Para responderle a la pregunta, me hago una foto de mi cara y se la envío.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora