49. Calva de pestañas

132 26 4
                                    

Termino de bajar los escalones, vuelvo a girar a la derecha y entro en la cafetería. Como si me estuvieran esperando, la gente se queda mirándome. Probablemente llamo la atención entrando con tanta velocidad y dando taconazos con estas botas.

Visualizo la mesa en la que se encuentra Claudia. Su pelo largo y negro destaca entre la multitud. Algunos estudiantes se apartan abriéndome el paso, no dispuestos a que me los lleve por delante. Cuando la maldita Claudia Olsen se da cuenta de mi presencia y que voy directa hacia ella, deja el móvil sobre la mesa y se levanta de la silla a toda prisa.

A nadie le da tiempo a reaccionar. Quizá todos los espectadores se avecinan la pelea o quizá se mantengan incrédulos... el caso es que nadie hace nada. Ninguno de ellos me frena, ninguno protege a Claudia, ninguno viene contra mí en su defensa... Simplemente me dejan acercarme y darle un tortazo tan fuerte que le dejo la cara mirando para el otro lado.

El golpe resuena en toda la estancia. Una buena cachetada propinada por estas manos blanquitas y delicadas. Y me duele. Me arde la piel a horrores, pero me niego a mostrar debilidad. Me aguanto las ganas de quejarme y observo como ella se lleva una mano a la cara, justo donde ha recibido el golpe.

El silencio que se forma en la cafetería es terrorífico. No se escucha ni una respiración, ni una exclamación de asombro o de horror. Todo parece haberse congelado, como en una película.

—Hija... de... puta... —susurra Claudia, buscándome con la mirada.

Reacciono con rapidez cuando capto su intención de devolverme el golpe. Agarro su mano, impidiéndoselo, y la empujo haciéndola caer al suelo.

La cafetería deja de estar en silencio. La gente empieza a hablar, a gritar, a pedir ayuda... Todo mientras me mantengo encima de ella, todo mientras se produce el forcejeo. Le tiro de los pelos. Me araña los brazos con esas uñas gigantes. Me golpea la cara, dos veces seguidas, pero yo le golpeo cuatro. 

No siento el dolor ni el pánico de estar protagonizando una pelea. No siento nada, solo rabia acumulada. Rabia por llorar, por la mirada de mamá rubia, por sus posibles pensamientos... Rabia por saber que ya no me mirará de la misma manera.

Escucho más gritos, aunque en mis oídos suenan como en segundo plano, como amortiguados. No le estoy haciendo caso a los gritos, solo me concentro en arrancarle a Claudia las extensiones de pestaña una por una. Se va a quedar calva de pestañas, oh sí.

Creo que voy por el sexto tortazo cuando unos brazos me rodean el cuerpo y me levantan en peso como si fuera una cría que pesara lo mismo que una pluma.

Me alejan de Claudia, que sigue en el suelo, tratando de peinarse con los dedos. Algunas personas forman un círculo alrededor de ella y le preguntan si está bien. Yo pataleo para que me suelten. ¿Quién narices ha avisado a un profesor para separarnos?

Me saca de la cafetería y me deja en el suelo. Me giro, esperando encontrarme con alguien que me vaya a echar del instituto de inmediato, sin embargo... unos ojos azules me observan con incredulidad.

—Pero, ¿qué cojones has hecho? —le espeto, gritando.

—¿Salvarle la vida a una compañera de clase? —responde, irónico.

—No, Louis, no... No, no, no... —digo, entre dientes, y trato de volver ahí dentro. No había terminado. Solo han sido unos segundos... ¿no? Apenas la he tocado. La rabia sigue dentro de mi pecho. No ha servido de nada.

Sus dedos me rodean la muñeca, frenándome en seco. Tiro con brusquedad para deshacerme de su agarre.

—¡Déjame en paz!

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora