33. El castigo

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El olor suave a su gel de ducha junto con el calorcito que se forma bajo la colcha hacen una combinación calmante. Estoy de lo más cómoda, con sus manos en mi espalda y mi mejilla apoyada en su pecho. Trato de no pensar demasiado en lo extraño que resulta ni en la progresión de los hechos para haber terminado así. Hace nada estábamos enseñándonos el dedo corazón por la ventana. ¿Qué ha pasado?

—¿Cómo conseguiste la llave? —Rompe el silencio, porque sabe que aún no me he dormido.

—Están ahí colocadas, sin seguridad alguna, pidiéndonos que las robemos.

—Así que la llave te ha suplicado que la cogieras.

—Exactamente —susurro, más bajito, y acomodo mis piernas alrededor de su cuerpo—. ¿Notas las tetas?

No puedo evitar la pregunta, que me viene a la mente por aquella conversación de los abrazos y las tetas. Casualmente, las mías ahora mismo están completamente aplastadas contra su pecho.

—Ya te digo...

Sonrío por su respuesta, satisfecha, y cierro los ojos. Sé va a ser difícil dormir dada la situación, pero voy a esforzarme.

***

Mis madres me miran y sonríen ampliamente, con orgullo. Mi hermano, vestido con esmoquin, aplaude. Anais, con un vestido azul puesto, saca fotos con su móvil y Loren corre hacia mí para abrazarme. ¿Loren corre? Vaya, no sabía que ya podía caminar. ¿O sí caminaba? Estoy confusa. Esta debe ser mi graduación de la universidad. Sostengo mi título en la mano y lo miro por un instante, hasta que de pronto todo se va volviendo borroso. Apenas leo mi nombre en él. Las letras van desapareciendo, el papel se desintegra y ya no puedo ver a nadie de mi familia. ¿Qué ocurre?

—Kay.

¿Quién me llama? Me giro, pero no veo a nadie. El público se ha convertido en una gran mancha oscura. "Kay. Kay. Kay".

—Kay.

Siguen llamándome. Abro los ojos de golpe, dando un brinco. Tardo medio segundo en darme cuenta de que estaba soñando. Me relajo de inmediato y vuelvo a cerrar los ojos.

—Ey —insiste la voz—. Despierta.

Noto unas manos cálidas en mi cara. Me sujeta las mejillas y me obliga a mirarle a los ojos. Qué bonitos. Azules. Como él. Como él me refiero a lo de bonito, no a azules... Él no es azul. Uf, no sé. Todavía estoy dormida.

—Sí, sí... —Asiento, pero no hago caso. ¿No es demasiado temprano para despertarse? Siento que acabo de dormirme.

Oye... ¿Qué hace Louis en mi habitación?

Ah, no. Esta no es mi habitación.

—Kay —repite, tirando de mis brazos y obligándome a sentarme.

Vuelve a toquetearme la cara y yo sonrío como una tonta, dejando caer la cabeza sobre su mano. Su tacto me produce un cosquilleo en la piel. Me gusta.

—Tenemos que salir de aquí antes de que los demás empiecen a despertarse.

De pronto, borro la sonrisa y le miro con el ceño fruncido.

—Un momento... —hablo, con voz áspera. Carraspeo y parpadeo varias veces—. ¿Quién te ha dado permiso para llamarme Kay?

Que yo sepa, él me llama Kayla. A veces. No pronuncia mi nombre con frecuencia, pero cuando lo hace es Kayla. ¿Una noche conmigo y ya se toma las confianzas?

—¿Me lo das? —pregunta, con diversión.

—Me lo pensaré —declaro.

Él se aleja. Entra en el baño y me deja en la habitación. Estiro los brazos, me peino el pelo con los dedos y salgo de la cama. El colchón era cómodo, pero me sigo notando cansada. Hemos dormido poco. Era tarde cuando entramos en la habitación. Analizo la almohada por un instante. Encuentro dos pelos lilas, así que los cojo y los dejo caer fuera, por la ventana. Cuantas menos pruebas dejemos, mejor.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora