48. La guerra

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Deja la taza con brusquedad sobre la mesita de centro, tanta que casi se derrama el contenido. Se pone de pie de inmediato y se lleva las manos a la cabeza. Me fijo en su expresión aterrorizada. Aterrorizada por lo que he hecho. Sus ojos azules y pequeños, su nariz fina, el pelo rubio sujeto en una coleta baja... Mi mamá rubia... Mi mamá...

—¿Te has vuelto loca? —habla por fin, aunque hubiera preferido el silencio antes que esa pregunta.

Sigo clavada en el sofá con las lágrimas acumuladas en los ojos. Entonces, se gira hacia mí y me observa como si mirara a un extraño.

—Ya no sé quién eres.

Trago saliva con dificultad y me preparo para hablar, para explicarlo de alguna forma. Como sea.

—Es que... —musito, con voz débil.

—No quiero escucharte —me interrumpe, levantando su palma en mi dirección—. No quiero verte. Vete a tu habitación, o a cualquier otra parte.

Sus palabras me sientan como un golpe, un golpe de verdad, pero me aguanto las lágrimas. Me levanto del sofá y comienzo a subir las escaleras. Una vez que entro en mi cuarto, voy directa hacia la cama. Me cubro con el edredón, me acurruco bajo él y empiezo a llorar.

Y no paro de hacerlo durante las próximas horas.

***

Cuando mi habitación está completamente a oscuras porque fuera ha anochecido, escucho golpes en la puerta. Me mantengo en silencio mientras le doy la vuelta a la almohada. Las lágrimas se han encargado de empaparla.

La puerta se abre y mamá rubia se asoma por una rendija. Cuando comprueba que estoy acostada, abre la puerta del todo, entra y cierra tras ella. No puedo evitar sentirme tan avergonzada... ¿Qué estará pensando de mí? ¿Se ha llevado otra gran decepción después de lo de la universidad? Antes era Finn el encargado de hacerlas enfadar, ahora soy yo. Ese pensamiento me agobia. Nunca me llevo broncas, nunca me llevo castigos... Siempre he sido la impecable Kayla Anderson. Notas perfectas, comportamiento perfecto, vida perfecta... Ahora ella sabe que no todo eso es cierto.

—¿Dónde tienes el dinero?

Mejor que me pregunte por eso que por Marc.

—Lo he estado guardando, en su mayoría para la universidad. —A la que todavía no voy a ir. Mi voz suena demasiado ronca.

—Sabes perfectamente que nosotras podemos pagarte la universidad —contesta con cierta frialdad—. Y tienes matrícula de honor.

Me cubro la cara con el edredón. No quiero que me vea así. Esto no es lo normal. Pasarme una tarde ahogada en mi llanto es totalmente nuevo. Además, sus palabras de antes no dejan de repetirse en mi mente como una tortura infinita. "No quiero escucharte. No quiero verte". Si no quiere verme, no me verá.

—Lo que no voy a pagarte es el viaje de fin de curso.

Bajo el edredón, los ojos se me agrandan.

—Si quieres viaje, lo tendrás que pagar con ese dinero.

Es un viaje a Grecia... No es nada barato, precisamente. Supongo que acabo de descubrir cuál es mi castigo. No respondo nada y el silencio domina en la habitación. Entonces, escucho sus pasos alejándose. Ya se marcha.

—La cena está hecha.

—No quiero comer —espeto, de mala gana.

—Kayla, sal de ahí —me ordena, perdiendo la paciencia.

No me queda más remedio que quitarme de encima el edredón. Me coloco sentada de pies cruzados sobre la cama y la miro.

—Vas a prometerme que no lo harás más —me pide—. Ninguna de las dos cosas.

Llámame KayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora